Dime la verdad. Y ayúdame a vivirla.

Muchas veces, ante las palabras de Jesús, pensamos: “esto es imposible”. No hay que extrañarse; también los Doce reaccionaron así en varias ocasiones ante lo que les decía Jesús (véase, p.ej., Mateo 19, ante la prohibición del divorcio o ante la afirmación de Jesús sobre los ricos); pero Él contesta: lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios.

Posibles respuestas

Cuando hay algo de la Doctrina de la Iglesia que nos resulta difícil, caben varias respuestas. Una de ellas, es decir: como esto para mí es imposible, concluyo que no es algo que Dios pida. Si nos fijamos un poco en esta postura, esconde una cierta soberbia camuflada. Al actuar así, yo decido -en función de si puedo o no obrar como se me pide- si la doctrina que se me propone es verdadera o no. Me hago árbitro de la verdad: será o no verdad dependiendo de si yo lo considero o no cierto, según pueda cumplirlo o no. Paso a ser la medida de la verdad y eso es ponerse, de alguna manera, en el lugar de Dios.

Hay otra forma de reaccionar, que consiste en decir: esto que se me propone, me resulta imposible de vivir. Pero no niego que, si lo enseña la Iglesia, es porque es verdad. La ley de la Iglesia es también un don de Dios, como explica Juan Pablo II en Familiaris Consortio (FC34) y recoge Francisco en Amoris Laetitia (AL295): un don de Dios que nos enseña el camino bueno de la verdadera felicidad. Hay que acercarse a esa ley dándole, por lo menos, el beneficio de la duda, considerando que la Iglesia, de parte de Dios, nos dice las cosas (también las que no entendemos) porque son para nuestro bien.

Confiar, preguntar, fiarse

¿Cómo es posible reaccionar así ante algo que nos supera? El Evangelio nos da una pista: después de responder a la pregunta que le hacen sobre el divorcio, la escena siguiente nos presenta a Jesús con los niños: «Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.» (Mateo 19, 13). Vivir la relación con Dios y con la Iglesia con la confianza que tienen los niños en lo que les dicen sus padres, porque saben que les quieren y hacen las cosas por su bien.

Esto no es en modo alguno incompatible con preguntar ¿por qué me dices esto? La Doctrina de la Iglesia tiene su explicación y tanto Juan Pablo II como Francisco insisten en que a los fieles hay que explicarles la doctrina, con cariño, paciencia y tiempo. Pero reclaman también que hay que anunciarles la verdad.

Actitudes que hacen daño

1 – cargar pesos indebidos

Esta responsabilidad recae en quienes explicamos a otros lo que dice la Iglesia. A mí me ha hecho daño cuando me he encontrado (y todavía me encuentro) con personas que, con muy buena intención, me anuncian obligaciones que, en realidad, no están en la Doctrina de la Iglesia. Me ha pasado, por ejemplo, con la moral sexual que, con relativa frecuencia, me han explicado incorrectamente, posiblemente por desconocimiento de las personas que me hablaban. La consecuencia es cargar con un peso a los fieles, innecesaria e indebidamente; y, fácilmente, crear escrúpulos y dificultades psicológicas entre quienes quieren de corazón vivir lo que se les propone como verdad y se encuentran incapaces. La cuestión es que lo que se les propone no es verdad y el daño que causa este anuncio equivocado se puede evitar.

2 – faltar al respeto escondiendo la verdad

Me he encontrado también (y todavía me encuentro) con personas que, de otra forma, tampoco me anuncian la verdad y quieren rebajar la doctrina de la Iglesia, diciendo: “no puedo enseñar la verdadera doctrina de la Iglesia porque es muy exigente y no van a ser capaces de vivirlo”. A mí esto me rebela porque es una falta de respeto a la dignidad de las personas, que estamos hechas para la verdad. Dime la verdad y acompáñame para que pueda vivir conforme a ella. Esto es lo que pide la Iglesia cuando una persona encuentra dificultades para vivir conforme a su doctrina y lo repiten una y otra vez los Romanos Pontífices (como en los números citados de FC y AL).

Si te encuentras en una de estas situaciones, lo que me ha ayudado a mí te puede servir: procurar enterarnos bien de qué es la verdad de lo que Dios pide, que a veces no conocemos bien ni la Doctrina ni el Derecho de la Iglesia. Y, si no lo puedes vivir, ponte delante de Él en verdad y dile, “yo no puedo”; y pídele la Luz y pídele la fuerza, que Él te haga capaz de vivir lo que te pide. A lo mejor te faltan por dar mil pasos y en tu vida vas a dar uno o dos: no pasa nada, porque Dios está ahí para ayudarte, perdonarte y sostenerte en todo momento.

 

Porque la ley es también don de Dios que indica el camino, don para todos sin excepción que se puede vivir con la fuerza de la gracia, aunque cada ser humano «avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social». Amoris Laetitia 295, citando FC 34

 

 

Protección de menores

El drama de los abusos a menores

Sólo cuando te encuentras con alguien que ha padecido abusos empiezas a atisbar el daño que provocan en las víctimas. Es una realidad tan dura, que nos negamos a verla. Pero eso no sólo no hace que desaparezca, sino que aumenta la posibilidad de que los abusos se repitan.

Acoger, escuchar, acompañar a las víctimas de abusos es una tarea urgentísima. Que va unida a poder hacer algo para prevenir y evitar nuevos abusos.

Una guía para saber más y hablar con los menores

Begoña Ruiz ha elaborado este trabajo con esta doble intención: saber sobre el abuso, para poder ayudar a sanar; y prevenir.

El trabajo se compone de dos partes:

  • un estudio sobre el abuso infantil, sobre el trauma y sus efectos en la persona: el procesamiento de los recuerdos del abuso padecido, las señales que permiten detectar el abuso y pautas para hablar con los menores.
  • 5 talleres de educación afectivo-sexual para impartir en el ámbito de la catequesis de Primera Comunión, en los que se ofrecen a los niños claves para comprender: su valor personal, las relaciones de amistad, el pudor y los gestos del cuerpo, el noviazgo y el matrimonio. Estos talleres, enfocados a prevenir y detectar los abusos que un menor ha podido sufrir, les permite distinguir lo que está bien y lo que está mal y les da la oportunidad de hablar de ello con el adulto, sin escandalizar a los niños que no se han encontrado con ninguna situación anómala.

Con los talleres se incluye una guía para que el formador pueda explicar los temas.

Este trabajo, publicado por la Editorial Nueva Eva, forma parte del compromiso de la Diócesis de Getafe en la lucha contra esta lacra que tanto daño ha hecho y sigue haciendo, dentro y fuera de la Iglesia. Es un material que considero de gran utilidad para padres, profesores y catequistas.

Es urgente hacer algo

Os ruego que consideréis la posibilidad de estudiarlo, para que no os ocurra lo que me sucedió a mi antes de colaborar con este proyecto: cuando recomendaba a unos padres que hablen de esto con sus hijos, para prevenirlo, la respuesta fue “llegas tarde”

En el enlace podéis acceder al índice y la introducción del libro

ÍNDICE_INTRODUCCIÓN

Una mirada de misericordia ante el suicidio

En los últimos meses, tres personas que conocía se quitaron la vida. El suicidio es una realidad de la que no hablamos, porque no sabemos cómo abordarlo. Cuando te lo anuncian, te avisan de que ha sido una muerte violenta para que seas delicado y tengas cuidado con la familia del fallecido. Pero ¿cómo acertar ante una muerte así, para que nadie se sienta juzgado sino querido, acompañado y consolado?

Hay que agradecer a Javier Díaz Vega su valentía al escribir este libro, que aporta valiosas explicaciones para entender lo que viven las personas que han padecido un suicidio en su entorno, y así poder responder a lo que necesitan.

Javier parte de su experiencia, relatando su historia familiar y el suicidio de su madre. Expone sus sentimientos, lo que le ayudó a vivirlo (su novia, sus amigos, algunas lecturas, la psicóloga del anatómico forense…), lo que le costó, las fases del duelo (distintas a otros duelos). Añade también su testimonio de cómo lo vivió desde la fe: un momento de prueba, de sufrimiento y esperanza porque la fe no hace desaparecer el dolor, pero ayuda a darle un sentido. El recuerdo inmediato del  mensaje de la Iglesia que anuncia la misericordia de Dios, para despejar cualquier duda, a través de su Obispo y una amiga consagrada.

Me han parecido especialmente interesantes sus comentarios sobre las reacciones posibles, las explicaciones sobre el recorrido del duelo ante una muerte por suicidio y las pistas que ofrece para acompañar a los supervivientes, que nos ayudarán a acertar si nos encontramos ante una situación así. Acompañar, no juzgar, ayudar a que se pueda hablar de lo que se está viviendo (rebelión, resignación, aceptación), no negar los sentimientos de cada una de las fases del duelo, aportar lo que dice la Iglesia: no juzgar sino remitirse a la misericordia de Dios que es el único que conoce de verdad el corazón de cada persona.

El libro incluye un repaso a las causas y factores de riesgo del suicidio, alerta de algunas miradas erróneas (por ejemplo, “el que lo dice no lo hace”) y aporta recursos de ayuda de diversos organismos.

Incluye también los testimonios de varias personas que han intentado alguna vez quitarse la vida o han vivido en primera persona el suicidio de alguien cercano. Conocer lo que han vivido impresiona mucho y, a la vez, aporta luz para acercarse a una realidad muy dolorosa que no podemos dejar de lado por no saber cómo abordar.

Un libro valiente, realista y esperanzado.

 

Entre el puente y el río. Una mirada de misericordia ante el suicidio

De Javier Díaz Vega. Editorial Nueva Eva

 

 

Escapar de los problemas o superarlos

Comparto con vosotros una cita del libro de Rod Dreher, “Vivir sin mentiras”. Me parece muy interesante la experiencia que relata: una chica joven que está aprendiendo a ser esposa y madre. Y, claro, encuentra dificultades; y eso le hace sufrir.

En la vida hay dificultades, es normal

¡Bienvenidos a la vida real! Nos bombardean continuamente con mensajes que afirman que lo esencial es sentirse a gusto, sentirse bien. Por tanto, cualquier dificultad es una amenaza porque conlleva preocupación y nos saca de nuestro bienestar. Un bienestar ficticio, eso no nos lo dicen; ni que viviendo así sólo conseguimos aislarnos: porque cualquier relación personal, antes o después, te hace sufrir. Querer a una persona es atreverse a dejar que todo lo que le ocurra te importe: lo bueno y lo malo. Y salir del egoísmo -que eso es buscar continuamente el propio bienestar- cuesta; y lo que cuesta, hace sufrir.

El sufrimiento forma parte de la vida

Pero hay sufrimiento negativo y también positivo: el que hace madurar el amor, madurar a las personas y madurar las relaciones, es un sufrimiento positivo. No se busca por sí mismo, no se trata de ser masoquistas: pero sí de aceptar que, como decía antes, salir de uno mismo es costoso. Enfrentarse a situaciones nuevas, también.  Y pueden conllevar un cierto grado de sufrimiento personal.

¿Cómo se puede afrontar este tipo de sufrimiento?

Una manera de vivir estas situaciones u otras, completamente normales, y de superar las dificultades que encontramos es compartirlas con otras personas: hablar de lo que nos pasa es una primera forma, esencial, para no atascarse; también para situar en sus términos objetivos la seriedad de lo que nos está pasando (tendemos a hacer una montaña de lo que nos cuesta; al contarlo en voz alta, ya nos damos cuenta de si estamos exagerando o no). Pero necesitamos compartirlo con personas que entiendan lo que vivimos y cómo queremos vivirlo: mucha gente, hoy, no quiere (o no se encuentra capaz) escuchar dificultades; es más fácil negar los problemas y huir de ellos que afrontarlos para superarlos.

Busca alguien que pueda entenderte

Mi consejo es que busques a alguna persona que pueda entender lo que estás viviendo; que te escuche; que te ayude a centrar lo que te pasa (qué me preocupa, por qué, cuál es mi reacción, qué temores tengo, cómo me gustaría que se solucionara) y a buscar la forma de superar la dificultad. Y que, además, te acompañe en el camino porque andar solo es más difícil que hacerlo acompañado.

 

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En perspectiva: hablamos sobre «Más que juntos»

“Más que juntos. Como disfrutar del matrimonio desde el ´sí, quiero´”

Si queréis saber algo más sobre este libro que hemos escrito Lucía Martínez Alcalde y yo, podéis encontrar aquí el enlace a la entrevista del programa “En perspectiva”

https://www.eukmamie.org/es/en-perspectiva/11659-el-libro-mas-que-juntos

En esta entrevista hablo de qué nos llevó a escribir juntas este libro, cuál es el contenido y por qué decidimos empezar donde otros terminan: en la boda. Además de repasar brevemente cada capítulo del libro, encontraréis algunas opiniones personales de qué está pasando con los jóvenes y el matrimonio, cómo entender el sacrificio y la importancia de recordar a lo largo de toda la vida cuáles son los ingredientes del compromiso.

 

 

Carta a los Reyes para una vida juntos

En un congreso sobre noviazgo, uno de los ponentes decía que hay que llegar a la boda estando los dos de acuerdo en todo lo que queremos para nuestro matrimonio. Os voy a contar por qué no comparto esa afirmación.

Tenemos que llegar a la boda estando de acuerdo con el tipo de relación que queremos para vivir nuestro amor. Así que habrá boda si lo que queremos es un matrimonio; si preferimos otro tipo de unión, no hay que llegar a la boda. Y, si nos casamos, tenemos que coincidir en una misma voluntad sobre los elementos fundantes de esa relación (para siempre, fecunda, en fidelidad), los que determinan qué tipo de relación vamos a construir juntos .

El «Totalmente» que marca la diferencia

Hay otros elementos de la vida matrimonial que son muy importantes, y durante el noviazgo tenemos que hablar mucho y con sinceridad para saber si los compartimos o, al menos, podemos respetarlos; pero no van a depender totalmente de nosotros (lo esencial aquí es ese “totalmente” que se repite en este post). Y, por eso mismo, no podemos llegar al matrimonio con un acuerdo cerrado sobre esos aspectos de nuestra vida juntos, que suelo llamar “la carta a los Reyes”. (Al final enumero algunos para ayudaros a pensar y hablar de ellos, pero adelanto un ejemplo, ¿queremos o no tener hijos? De nosotros sí depende abrirnos o no a recibir los hijos como un don; pero tenerlos no depende –totalmente– de nosotros).

Decisiones revisables

Otra diferencia con los elementos fundantes es que todas estas cuestiones de las que os hablo ahora no son decisiones definitivas: son acuerdos que hay que tomar juntos e ir revisando y adaptando a las circunstancias de la vida. Porque las circunstancias cambian, vamos a tener que revisarlas y tomar nuevas decisiones: son los puntos en los que se van a dar las crisis, que forman parte del crecimiento y madurez de una relación. Tendremos que examinar lo que funcionaba en unas circunstancias concretas y ver si, en una nueva situación, nos sigue sirviendo la misma decisión o hay que introducir cambios. Y eso no podemos hacerlo sin comunicación, sin llegar a acuerdos, sin reforzar nuestra unión: esto nos hace crecer en el amor. Retomando el ejemplo de los hijos, no es realista llegar al matrimonio con la decisión cerrada de cuántos hijos vamos a tener: primero porque, como he dicho, tal vez los hijos no vengan a pesar de todo lo que nosotros podamos hacer. Además, porque los niños se acogen -responsablemente- de uno en uno, teniendo en cuenta muchas circunstancias: la salud de los padres y los hijos, circunstancias económicas, psicológicas… Tal vez pensábamos tener una familia grande y tenemos que cambiar esa decisión o, al contrario, habíamos pensado en la parejita y pasado el tiempo nos abrimos a una familia numerosa.

¿Por qué conviene coincidir en líneas generales sobre estos temas, si no se pueda llegar a acuerdos muy concretos? Porque si entre los novios hay un acuerdo de fondo sobre estas cuestiones, será más fácil que se vayan adaptando -juntos- a lo que la vida les vaya ofreciendo a lo largo de su matrimonio.

Para reflexionar

Es importante saber qué pensáis sobre estos aspectos de vuestro proyecto de vida en común:

  • Hijos: ¿queremos o no tener hijos? Como decía antes, de nosotros sí depende abrirnos o no a recibir los hijos como un don; pero tenerlos no depende -totalmente- de nosotros. Una pareja puede desear ser padres, y los niños no llegan. Lo que sí podemos es plantearnos: si dependiera de nosotros ¿nos gustaría tener una familia pequeña o grande? ¿Cómo nos gustaría educar a los niños? ¿Qué pasaría si los niños no vienen? ¿Cómo vamos a vivir la sexualidad, la paternidad responsable?
  • La gestión económica: ¿cómo nos gustaría gestionar nuestro dinero? Si pudiéramos elegir, ¿nos gustaría trabajar a los dos fuera de casa o preferiríamos que uno esté en casa?
  • ¿Cómo nos gustaría que sea la relación con nuestras familias? ¿Y con los amigos? ¿Qué lugar ocupan en nuestro tiempo las aficiones?
  • ¿Compartimos creencias religiosas? ¿Podemos compartir nuestra vida espiritual? Si no podemos ¿podemos respetar las creencias del otro y todo lo que conllevan?
  • También puede haber cuestiones no negociables, que dependen de cada persona: hay cosas que, aunque cuesten, se pueden ir encajando. Otras, que nos producen una ruptura interior, no se pueden aceptar. Si en el noviazgo nos encontramos ante alguna “línea roja”, hay que plantearse la conveniencia de romper.

Y vosotros ¿cómo escribiríais esa carta a los Reyes? Si estuviera en vuestra mano ¿cómo os gustaría que fuera vuestra relación para compartir la vida? ¿Hay coincidencia con tu novio/a en lo fundamental? ¿O hay algo que para uno de los dos es esencial y el otro ni lo comparte ni lo respeta?

¿Cómo vivir nuestro amor más allá del noviazgo?

En el camino del amor uno de los elementos clave es la sinceridad, porque sin verdad no hay amor.

Hoy me gustaría centrarme en la importancia de ser sinceros sobre el tipo de relación que queremos establecer, fijándome en los elementos fundantes de la relación, frente a los que no dependen totalmente de nosotros.

Elementos fundantes o esenciales: los que no pueden faltar

Los elementos fundantes son los que determinan qué tipo de relación establecemos. Es importante que los dos queramos lo mismo, que nuestras voluntades coincidan en cómo queremos vivir nuestro amor. Porque sólo dos voluntades que coinciden hacen nacer esa relación. Por ejemplo, si yo quiero ser tu amiga y tú quieres ser mi novio, no hay dos voluntades convergentes: ni surge un noviazgo – porque yo no lo quiero-, ni una amistad que tú no quieres.

El amor de pareja también hay que elegir cómo vivirlo: ¿matrimonialmente o de otra manera? No es algo que se pueda dar por supuesto. Sed sinceros con vosotros mismos y con vuestra pareja. Exponed abiertamente lo que cada uno de vosotros queréis y esperáis de vuestra unión, para tener claro si ambos queréis lo mismo o no y poder decidir seguir -o no- adelante. Por ejemplo, si yo quiero una relación «abierta» sin fidelidad y tú una relación de pareja fiel, si no somos claros nos haremos mucho daño: viviendo cada uno conforme a lo que queremos, estaremos defraudando e hiriendo al otro. Por eso insisto tanto: sinceridad, que aleja el miedo. Si sabemos ambos lo que cada uno queremos, podremos decidir con libertad aceptar o no la propuesta del otro.

Tampoco deis por supuesto que al usar una misma palabra compartís el significado. Porque uno puede entender por “matrimonio” el concepto natural (varón y mujer unidos en un amor para siempre, fiel y fecundo) y el otro el concepto legal (unión entre dos personas que se rompe a voluntad de una de ellas). Por eso es tan importante hablar con sinceridad de cómo queréis construir vuestra unión, sobre todo en esta época en la que hay mucha confusión sobre el significado de las palabras. Explicad qué significa cada palabra para vosotros: y deciros claramente si queréis o no una relación fiel; para siempre; abierta a la vida.

Decisión libre

Hemos visto otras veces que el amor va creciendo y madurando. Así, por ejemplo, no puede quedarse en mera atracción sin pasar a la etapa siguiente: noviazgo; que tampoco es definitiva, sino un paso hacia un compromiso mayor. Igualmente, en el tipo de relación que queremos para vivir nuestro amor más allá del noviazgo, los elementos fundantes- una vez decididos y elegidos libremente-, no pueden cambiar si no es para crecer. Por ejemplo: si estableces una relación conyugal, luego no puedes quitarle la fidelidad o el “para siempre”, porque dejaría de ser conyugal.

Si estableces una relación de pareja de hecho sin fidelidad, luego se puede añadir la fidelidad y la relación crece a un mayor compromiso, ese amor madura. Y pasa a ser un nuevo tipo de relación. Ahora bien, añadir un elemento más no es automático: es proponer vivir el amor de una manera nueva (por ejemplo, de pareja de hecho a matrimonio) y, para que surja, debe ser aceptado por los dos.

¿Cargando con nuestra relación?

Por otro lado, suprimir uno de esos elementos fundantes o esenciales después de un tiempo es, en el fondo, un engaño: te dije que elegía (= libertad) vivir nuestro amor de una manera y ahora me retracto de lo dicho. No es difícil entender el daño que esto hará al otro.

Que estos elementos estén presentes en toda nuestra relación sí depende de nosotros (elijo ser fiel cuando podría elegir no serlo), aunque no sólo es cuestión de voluntad, de aguantar “porque sí”. Hemos elegido libremente cómo queremos vivir nuestro amor: si, por ejemplo, hemos optado por el matrimonio es porque queremos ese compromiso formado por la suma de afectos + razón y elegido por la voluntad para ser permanente. Si alguno de esos elementos se nos hacen “cuesta arriba”, es síntoma de que hay que pararse y recordar (pasar por el corazón) por qué lo hemos elegido, centrar de nuevo la mirada y echar leña al fuego para que el corazón (como centro de toda la persona) vuelva a arder por la persona amada.

El resto de ingredientes de nuestra vida en común no dependen de nosotros de la misma manera (hijos, trabajo, familia extensa…). Aunque también es necesario hablar mucho de lo que nos gustaría para nuestro proyecto familiar, las circunstancias irán cambiando a lo largo de la vida y tendremos que adaptarnos: esos cambios y la necesidad de adaptarse son las crisis. Que se superan desde esa unión con una sólida base: queremos estar juntos en todo lo que venga.

 

 

El pecado de la Iglesia ha sido unir sexo y pecado

Estos días leo en Twitter comentarios a una entrevista publicada en El País. El titular del periódico es “El pecado de la Iglesia ha sido unir sexo y pecado”. Me parece que, aparte de que el titular busque provocar el interés del lector, resume una confusión muy extendida fuera de la Iglesia Católica, pero también dentro.

En muchas personas que se declaran católicas se produce una fractura y un alejamiento de la Iglesia en las cuestiones relativas a la sexualidad y la afectividad: dicen encontrarse lejos de ella porque no comparten su doctrina sobre el amor humano. Y otros católicos, que quieren vivir sus relaciones amorosas en fidelidad al Magisterio, lo viven con ansiedad y escrúpulo intentando cumplir unas leyes de las que no entienden su fundamento.

¿La Iglesia Católica considera el sexo como algo malo?

Sin embargo, la Iglesia Católica no considera el sexo como algo malo. Toda la primera parte de “Deus caritas est”, primera encíclica de Benedicto XVI, se dedica a desmontar esta acusación que se ha hecho a la Iglesia de convertir “en amargo lo más hermoso de la vida” (Deus caritas est, 3). Y el papa Francisco, con citas de sus predecesores, afirma: “Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas… San Juan Pablo II rechazó que la enseñanza de la Iglesia lleve a « una negación del valor del sexo humano », o que simplemente lo tolere «por la necesidad misma de la procreación»” (Amoris Laetitia, 150).

El valor de la sexualidad es enorme, porque el ser humano ha recibido el don de poder amar no sólo de modo espiritual, sino también con gestos corporales: el cuerpo posee la capacidad de expresar el amor. Cada relación de amor se expresa con gestos que transmiten ese amor que vivimos. Pero vivir de forma realmente verdadera este don, no es automático: es una tarea.

¿Castidad = represión?

La Iglesia Católica propone un camino para vivirlo en verdad, para defenderlo de lo que puede tergiversar el auténtico sentido de la sexualidad: a esto se le llama castidad. Muchas veces se ha entendido que castidad equivale a reprimir los afectos y sus manifestaciones corporales o se ha identificado castidad con abstenerse de mantener relaciones; esto no es correcto. La castidad no es reprimir los afectos y sus expresiones corporales, es ordenarlos; todos estamos llamados a vivir en castidad nuestras relaciones afectivas. “Según la visión cristiana, la castidad no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena.” (Familiaris Consortio, 33). Es decir, vivir castamente la sexualidad significa que el lenguaje del cuerpo sea realmente expresión de amor, y no falsedad, egoísmo, violencia, manipulación del otro o cualquier otro peligro que le prive de su auténtico sentido.

Caricias sinceras y verdaderas

Para que corazón y cuerpo vayan acompasados, es necesario que las manifestaciones de afecto –caricias, besos, abrazos, relación sexual- sean sinceras, que nazcan de un auténtico cariño y no estén “contaminadas” por egoísmos, mero deseo de placer, manipulación del otro… Pero, además de sinceras, deben ser verdaderas. Cada tipo de afecto, cada relación, se expresa a través de gestos distintos. No es lo mismo el beso o abrazo que damos a un amigo que el que damos al novio/a. El mismo gesto (un abrazo) puede expresar cosas distintas. Si a un amigo le damos el beso que expresa un amor de predilección como es el de los novios, ese beso no es verdadero; porque con el cuerpo estás expresando algo (una predilección especial) que no corresponde al amor que hay en tu corazón por esa persona (amistad). Y así hay una división entre la verdad del corazón y la expresión del cuerpo.

El encuentro sexual es un gesto que expresa un amor en el que dos personas se hacen una sola. Este gesto es sincero cuando nace de un deseo de amor hacia la otra persona, y no si surge de la curiosidad, de la búsqueda de placer sin más o de un deseo de nuevas experiencias. Pero, para que sea un gesto verdadero, debe expresar algo más: dos cuerpos se hacen uno de verdad cuando esas dos personas son, de verdad, “una sola carne”. Por eso el encuentro sexual es el gesto del cuerpo que expresa un amor definitivo y comprometido –pleno- en el que cada uno se da del todo y recibo al otro totalmente, como un don. Y así, cuando has dado tu vida entera, entras en el cuerpo y la vida de la otra persona y recibes el cuerpo y la persona del otro y ese gesto de amor expresa la verdad del amor que vives. Un amor de entrega total, es un amor conyugal; de manera que ese gesto del cuerpo que expresa esa entrega total, corresponde a la expresión de un amor matrimonial.

Una relación sexual entre dos personas que no se han entregado mutuamente -“soy tuyo, en todo, para siempre”-, puede ser sincera si surge de un cariño auténtico. Pero no es verdadera, porque el cuerpo está expresando una entrega total que ellos no se han dado.

De esta forma, el cuerpo se está adelantando a manifestar un amor (comprometido) que todavía no viven los amantes, que están en una fase anterior del camino del amor. Así, el lenguaje del cuerpo no expresa la verdad del amor que hay entre ellos, y esto puede hacer daño y provocar heridas. Porque la entrega del cuerpo es entrega de toda la persona, y genera una sensación de pertenencia al otro, que no se corresponde con la realidad que están viviendo. Y porque el lenguaje sexual es una intimidad compartida que, si se vive bien, va acompañada de una intimidad también psicológica y espiritual que no tienes si tu relación sexual no es verdadera.

¿Pecado? 

Por eso la Iglesia propone esperar a tener relaciones sexuales una vez casados; cuando dos personas se han entregado y comprometido en un amor total y definitivo, la relación sexual adquiere todo su sentido, que es expresar ese amor con la donación total de los cuerpos (y, por consiguiente, de las personas). Y avisa de que una relación sexual fuera del matrimonio tergiversa el lenguaje del cuerpo y no es vivir el amor en verdad, enseñando que en esos casos, es pecado. Porque el pecado es un aviso de un bien que hay que proteger:los mandamientos y las normas morales no son limitaciones o imposiciones sin sentido, son un don que nos indica el camino para vivir el amor de verdad.

La Iglesia Católica no dice, en absoluto, que sexualidad, afectos, relaciones sexuales… sean algo malo. Una relación sexual fuera del matrimonio es pecado, no porque el sexo sea malo, sino porque la relación sexual es tan valiosa que, si no se vive bien, hace daño. La Iglesia defiende y enseña que son dones tan valiosos, que hay que cuidarlos y vivirlos en verdad, para vivirlos plenamente.

 

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Cambio de planes

Una de mis canciones favoritas es “Cambio de planes”, de Los Secretos. No me canso de escucharla, aunque –como muchas de sus canciones- es triste.

Cuando la escucho, siempre pienso en el dolor que provoca la falta de sinceridad en cuestiones de amor. La canción habla de una unión rota; el que canta dice que tiene que aceptar la decisión de la otra parte. Y se acuerda de algo que le decía en broma: “Y recordé su voz bromeando en las tardes / diciéndome qué harás si hay cambio de planes”

Me puedo estar montando una película, porque no sé exactamente qué tenía en la cabeza el autor al escribir la letra. Pero, para mí, explica una ruptura que una de las partes no se esperaba en absoluto (el que canta) y tiene que asimilar y aceptar. La otra parte, sí se reservaba esa posibilidad de romper, aunque lo había expresado de una manera que parecía una broma: “Y recordé su voz bromeando en las tardes / diciéndome qué harás si hay cambio de planes”

Mensaje no compartido

Cada uno ha actuado conforme a lo que quería de esta relación: una parte la consideraba como definitiva, o al menos, estable; la otra, que podía darse un cambio de planes que se concreta en romper. Tal vez no lo dijo de forma clara, sólo lo insinuó; o tal vez el que lo oía no quería admitir que el comentario iba en serio. En cualquier caso, el mensaje (podría darse una ruptura) no era compartido por las dos partes. Por eso ahora, el que creía vivir una relación estable sufre y tiene que aceptar, con dolor, ese cambio de planes; la otra parte, probablemente, no vive ese sufrimiento. Porque ha actuado en coherencia con lo que se planteaba y esperaba de su relación.

¿Qué queremos, de verdad?

Lo que quiero destacar es que, durante el noviazgo, hay que decidir qué tipo de relación se quiere vivir.  Lo que va a surgir entre ambos es lo que los dos queramos de verdad. Si uno de los dos quiere vivir este amor matrimonialmente pero el otro quiere vivirlo de otra forma (p.ej., no para siempre), no coinciden ambas voluntades. Y esto va a ser fuente de enorme sufrimiento, porque cada uno esperará de su relación cosas distintas: uno, una vida juntos en un amor para siempre; otro, un amor temporal.

Sin sinceridad no hay amor de verdad

Para evitarlo, es imprescindible la sinceridad al hablar de qué tipo de relación queremos construir juntos.Elegir los elementos fundantes de la relación depende de nosotros: ¿queremos vivir nuestro amor matrimonialmente, es decir, nos entregamos en una relación de amor definitiva, fiel y fecunda, que esto es el matrimonio natural? ¿O queremos otro tipo de relación, con otros elementos menos comprometidos? Hay que decir lo que uno quiere de verdad; y ,una vez decididos, la relación que establecemos no puede cambiar en sus elementos esenciales si no es para crecer. Si lo que falla son los principios, las raíces, entonces el sufrimiento va a ser muy grande porque falla la unión que hemos elegido.

El resto de situaciones de nuestra vida en común no dependen de nosotros de la misma manera (p. ej. podemos querer una familia numerosa y los hijos no vienen). Y, aunque también es necesario en el noviazgo hablar mucho de lo que nos gustaría para nuestro proyecto familiar , si estamos de acuerdo en lo fundamental seremos capaces de adaptarnos, juntos, a las circunstancias que faciliten o impidan que se cumplan nuestros planes.

La diferencia es que este “cambio de planes” no se hace cada  uno por su lado, sino unidos; y no rompe la relación, sino que la refuerza y consolida, porque en lo esencial –nos queremos, pase lo que pase- estamos de acuerdo.

 

‘Cambio de planes’

Hoy empecé a andar y sin fijarme
no sé cómo llegué frente a su calle,
pero al notar mi error, al girarme,
miré hacia atrás, sin querer, y vi su imagen.

Y recordé su voz bromeando en las tardes
diciéndome que harás si hay cambio de planes.
Hoy empecé a guardar todas sus cartas,
las fotos que encontré y algunas lágrimas,
pero al tratar de juntar en una caja
todo lo que me dejó olvidé cerrarla.

Y a veces sin querer, cuando todo está en calma
la sombra del dolor asoma su cara.

Y volveré a sentir la oscuridad, a beber la soledad.
Hoy tengo que dejar su castillo en el aire,
pisar el suelo, aceptar un cambio de planes.

 

 

Veto para contraer nuevo matrimonio

En la sentencia que declara la nulidad de un matrimonio, en ocasiones podemos encontrar que se impone a alguna de las partes —o a las dos— un veto (vetitum) o prohibición para contraer nuevo matrimonio.

Muchas personas se preocupan por la posibilidad de que la sentencia les imponga un veto, temiendo no poder contraer nunca un nuevo matrimonio; o simplemente les parece algo vergonzoso. No debe verse el veto como un castigo, sino como una medida medicinal que aplica la Iglesia para que se cumpla el derecho de los fieles de contraer matrimonio válido. El sentido de estos vetos es evitar que se contraiga un nuevo matrimonio nulo, encadenando matrimonios inválidos que suponen una falta de respeto a la dignidad del vínculo matrimonial y un escándalo para los fieles. Y facilitar que, en caso de contraer otro matrimonio, la nueva parte contrayente conozca las causas por las que fue declarado nulo el anterior matrimonio de su futuro cónyuge.

 

¿Cuándo y por qué se impone un veto en una sentencia?

Debe añadirse un veto cuando a lo largo del proceso ha quedado probada la existencia de una causa psíquica permanente que produce la incapacidad y que sigue presente en el momento de emitir la sentencia. La razón es que, en estos casos, tras un proceso, consta que una persona presenta una incapacidad permanente para el matrimonio, que haría nula una nueva unión contraída en las mismas condiciones.

No se trata de imponer un veto en todos los supuestos de incapacidad (regulados en el canon 1095 del código de derecho canónico). Por ejemplo, no se impondría un veto en el caso de una incapacidad provocada por una causa psíquica existente en el momento de prestar el consentimiento y que afectó a la validez en ese momento, pero que posteriormente ha sido superada o ha desaparecido. Sí hay que imponer un veto si la causa psíquica grave que provoca la incapacidad para consentir válidamente sigue presente en la actualidad, porque afectará a la validez de un nuevo matrimonio contraído en esas condiciones. Por este motivo, en estos casos, el tribunal tiene la obligación de imponer un veto —«debe añadirse a la sentencia»—.

En las causas en que «una parte fue causante de la nulidad por dolo o simulación, el tribunal está obligado a considerar si, teniendo en cuenta todas las circunstancias del caso, debe añadirse a la sentencia un veto que prohíba contraer nuevo matrimonio…». En estos casos, el tribunal no está obligado a imponer un veto pero sí a valorar si es conveniente o no imponerlo.

¿Por qué esta diferencia respecto a los casos de incapacidad permanente? Porque se trata de causas en las que la nulidad se produce como consecuencia de un acto de la voluntad de una de las partes —engañó al otro o excluyó libre, consciente y voluntariamente uno de los elementos o propiedades esenciales del matrimonio—; por tanto, es posible que contraiga un nuevo matrimonio sin esa voluntad que hizo nulo el anterior. Ahora bien, del conjunto de los datos obtenidos en el proceso, el tribunal debe valorar si esa voluntad contraria a contraer matrimonio válido sigue presente en el sujeto en el momento de dictar sentencia y, en tal caso, imponer un veto. Por ejemplo, una persona con una mentalidad absolutamente arraigada que le llevó a excluir la indisolubilidad y en el proceso queda probado que no ha cambiado esa mentalidad y voluntad; con estos datos, parece conveniente imponer un veto, porque iría a un nuevo matrimonio con la misma voluntad excluyente, haciéndolo nulo. Es distinto el caso de una persona que excluyó la indisolubilidad al contraer matrimonio debido a las circunstancias de aquel momento —tenía muchas dudas; hubo presiones o falta de libertad; no era creyente—, pero ahora quiere contraer matrimonio verdadero —está realmente enamorado; no tiene dudas; se ha convertido o regresado a la Iglesia— y en el proceso ha quedado constancia de ese cambio y de las razones que lo justifican. En este caso no sería necesario imponer un veto.

¿Y si me quiero volver a casar?

Si la sentencia que declara nulo un matrimonio impone un vetitum, para casarse de nuevo hay que solicitar la remoción de esa prohibición. Aunque no es habitual, también podría pedirse el levantamiento del veto sin intención de contraer nuevo matrimonio, por otras razones como «los problemas de conciencia de iniciar siquiera una nueva relación sentimental mientras no se sepa si podrá estar orientada al matrimonio, o porque el veto esté siendo instrumentalizado por el anterior cónyuge en sede civil para intentar cambios en relación a la prole… o cualquier otra circunstancia en que el veto pueda provocar un perjuicio injusto a la buena fama o a la honra del sujeto».

La autoridad competente para levantar el veto es el Obispo del lugar donde vaya a celebrarse el nuevo matrimonio. Ahora bien, en los casos de incapacidad no puede hacerlo sin consultar antes al tribunal que lo impuso.

El levantamiento del veto no puede ser un mero trámite. Si el vetitum se impone cuando existen razones graves que hacen dudar de la validez del nuevo matrimonio que se pueda contraer, para autorizar esa nueva boda hay que asegurarse de que esas razones no siguen presentes. Y esto no solo por el respeto debido a la dignidad del sacramento del matrimonio y a la dignidad de los fieles, que tienen derecho a contraer matrimonio válido, también para evitar el escándalo que supondría encadenar varios matrimonios nulos por los mismos motivos.

 

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