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Dime la verdad. Y ayúdame a vivirla.

Muchas veces, ante las palabras de Jesús, pensamos: “esto es imposible”. No hay que extrañarse; también los Doce reaccionaron así en varias ocasiones ante lo que les decía Jesús (véase, p.ej., Mateo 19, ante la prohibición del divorcio o ante la afirmación de Jesús sobre los ricos); pero Él contesta: lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios.

Posibles respuestas

Cuando hay algo de la Doctrina de la Iglesia que nos resulta difícil, caben varias respuestas. Una de ellas, es decir: como esto para mí es imposible, concluyo que no es algo que Dios pida. Si nos fijamos un poco en esta postura, esconde una cierta soberbia camuflada. Al actuar así, yo decido -en función de si puedo o no obrar como se me pide- si la doctrina que se me propone es verdadera o no. Me hago árbitro de la verdad: será o no verdad dependiendo de si yo lo considero o no cierto, según pueda cumplirlo o no. Paso a ser la medida de la verdad y eso es ponerse, de alguna manera, en el lugar de Dios.

Hay otra forma de reaccionar, que consiste en decir: esto que se me propone, me resulta imposible de vivir. Pero no niego que, si lo enseña la Iglesia, es porque es verdad. La ley de la Iglesia es también un don de Dios, como explica Juan Pablo II en Familiaris Consortio (FC34) y recoge Francisco en Amoris Laetitia (AL295): un don de Dios que nos enseña el camino bueno de la verdadera felicidad. Hay que acercarse a esa ley dándole, por lo menos, el beneficio de la duda, considerando que la Iglesia, de parte de Dios, nos dice las cosas (también las que no entendemos) porque son para nuestro bien.

Confiar, preguntar, fiarse

¿Cómo es posible reaccionar así ante algo que nos supera? El Evangelio nos da una pista: después de responder a la pregunta que le hacen sobre el divorcio, la escena siguiente nos presenta a Jesús con los niños: «Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.» (Mateo 19, 13). Vivir la relación con Dios y con la Iglesia con la confianza que tienen los niños en lo que les dicen sus padres, porque saben que les quieren y hacen las cosas por su bien.

Esto no es en modo alguno incompatible con preguntar ¿por qué me dices esto? La Doctrina de la Iglesia tiene su explicación y tanto Juan Pablo II como Francisco insisten en que a los fieles hay que explicarles la doctrina, con cariño, paciencia y tiempo. Pero reclaman también que hay que anunciarles la verdad.

Actitudes que hacen daño

1 – cargar pesos indebidos

Esta responsabilidad recae en quienes explicamos a otros lo que dice la Iglesia. A mí me ha hecho daño cuando me he encontrado (y todavía me encuentro) con personas que, con muy buena intención, me anuncian obligaciones que, en realidad, no están en la Doctrina de la Iglesia. Me ha pasado, por ejemplo, con la moral sexual que, con relativa frecuencia, me han explicado incorrectamente, posiblemente por desconocimiento de las personas que me hablaban. La consecuencia es cargar con un peso a los fieles, innecesaria e indebidamente; y, fácilmente, crear escrúpulos y dificultades psicológicas entre quienes quieren de corazón vivir lo que se les propone como verdad y se encuentran incapaces. La cuestión es que lo que se les propone no es verdad y el daño que causa este anuncio equivocado se puede evitar.

2 – faltar al respeto escondiendo la verdad

Me he encontrado también (y todavía me encuentro) con personas que, de otra forma, tampoco me anuncian la verdad y quieren rebajar la doctrina de la Iglesia, diciendo: “no puedo enseñar la verdadera doctrina de la Iglesia porque es muy exigente y no van a ser capaces de vivirlo”. A mí esto me rebela porque es una falta de respeto a la dignidad de las personas, que estamos hechas para la verdad. Dime la verdad y acompáñame para que pueda vivir conforme a ella. Esto es lo que pide la Iglesia cuando una persona encuentra dificultades para vivir conforme a su doctrina y lo repiten una y otra vez los Romanos Pontífices (como en los números citados de FC y AL).

Si te encuentras en una de estas situaciones, lo que me ha ayudado a mí te puede servir: procurar enterarnos bien de qué es la verdad de lo que Dios pide, que a veces no conocemos bien ni la Doctrina ni el Derecho de la Iglesia. Y, si no lo puedes vivir, ponte delante de Él en verdad y dile, “yo no puedo”; y pídele la Luz y pídele la fuerza, que Él te haga capaz de vivir lo que te pide. A lo mejor te faltan por dar mil pasos y en tu vida vas a dar uno o dos: no pasa nada, porque Dios está ahí para ayudarte, perdonarte y sostenerte en todo momento.

 

Porque la ley es también don de Dios que indica el camino, don para todos sin excepción que se puede vivir con la fuerza de la gracia, aunque cada ser humano «avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social». Amoris Laetitia 295, citando FC 34

 

 

Una mirada de misericordia ante el suicidio

En los últimos meses, tres personas que conocía se quitaron la vida. El suicidio es una realidad de la que no hablamos, porque no sabemos cómo abordarlo. Cuando te lo anuncian, te avisan de que ha sido una muerte violenta para que seas delicado y tengas cuidado con la familia del fallecido. Pero ¿cómo acertar ante una muerte así, para que nadie se sienta juzgado sino querido, acompañado y consolado?

Hay que agradecer a Javier Díaz Vega su valentía al escribir este libro, que aporta valiosas explicaciones para entender lo que viven las personas que han padecido un suicidio en su entorno, y así poder responder a lo que necesitan.

Javier parte de su experiencia, relatando su historia familiar y el suicidio de su madre. Expone sus sentimientos, lo que le ayudó a vivirlo (su novia, sus amigos, algunas lecturas, la psicóloga del anatómico forense…), lo que le costó, las fases del duelo (distintas a otros duelos). Añade también su testimonio de cómo lo vivió desde la fe: un momento de prueba, de sufrimiento y esperanza porque la fe no hace desaparecer el dolor, pero ayuda a darle un sentido. El recuerdo inmediato del  mensaje de la Iglesia que anuncia la misericordia de Dios, para despejar cualquier duda, a través de su Obispo y una amiga consagrada.

Me han parecido especialmente interesantes sus comentarios sobre las reacciones posibles, las explicaciones sobre el recorrido del duelo ante una muerte por suicidio y las pistas que ofrece para acompañar a los supervivientes, que nos ayudarán a acertar si nos encontramos ante una situación así. Acompañar, no juzgar, ayudar a que se pueda hablar de lo que se está viviendo (rebelión, resignación, aceptación), no negar los sentimientos de cada una de las fases del duelo, aportar lo que dice la Iglesia: no juzgar sino remitirse a la misericordia de Dios que es el único que conoce de verdad el corazón de cada persona.

El libro incluye un repaso a las causas y factores de riesgo del suicidio, alerta de algunas miradas erróneas (por ejemplo, “el que lo dice no lo hace”) y aporta recursos de ayuda de diversos organismos.

Incluye también los testimonios de varias personas que han intentado alguna vez quitarse la vida o han vivido en primera persona el suicidio de alguien cercano. Conocer lo que han vivido impresiona mucho y, a la vez, aporta luz para acercarse a una realidad muy dolorosa que no podemos dejar de lado por no saber cómo abordar.

Un libro valiente, realista y esperanzado.

 

Entre el puente y el río. Una mirada de misericordia ante el suicidio

De Javier Díaz Vega. Editorial Nueva Eva

 

 

Atrévete a ser frágil

En mi primera semana en Madrid después de las vacaciones asistí a la presentación de un libro de Alessandro D´Avenia (“Lo que el infierno no es” http://www.esferalibros.com/libro/lo-que-el-infierno-no-es/). Al llegar a la librería (abarrotada de gente muy joven), un amigo me dijo: presenta una novela, pero tiene un ensayo buenísimo (“El arte de la fragilidad” http://www.esferalibros.com/libro/el-arte-de-la-fragilidad/ )

Tengo que reconocer que pensé: un ensayo, así, llegando de vacaciones… en todo caso compraré la novela. Pero cuando el autor empezó a hablar, me encontré con alguien defendiendo apasionadamente que “la fragilidad es una bendición”. Esto me hizo saltar, porque es una voz contracorriente en un mundo que desprecia la debilidad y nos bombardea con el mensaje de que somos autosuficientes y podemos hacer las cosas solos. Frente a ese falso mantra, el autor insistía en que “los momentos de fragilidad, en que bajamos las defensas, son la vía por la que la ternura puede entrar en nuestra vida”.

Mientras escuchaba a @aledavenia decir a los jóvenes “cuando es enamoréis empezaréis a correr riesgos”, pensaba ¿cómo podrán vivir esto en una sociedad en la que hemos perdido de vista lo importante (el amor) para centrarnos en el éxito (que debe ser cuantificable económicamente o no es éxito)?; si constantemente recibimos este mensaje, contrario a lo que estaba escuchando: “todo depende de ti, no te fíes de nadie porque los demás son competidores; si quieres, puedes; lo que quieres tienes que conseguirlo por ti mismo” ¿cómo abrirse a otro en una relación de amor (de todo tipo, de la amistad al enamoramiento, vida en pareja, matrimonio, paternidad…) arriesgándonos a ser débiles y a sufrir por los amados, si vivimos de esta forma, aislándonos para ser fuertes?

Alessandro estaba ofreciendo una clave: una grieta que nos devuelve a lo importante es la fragilidad; cuando descubres en tu vida que el mensaje de autosuficiencia es mentira, que eres limitado, dependiente, frágil…. por ahí puede entrar en tu vida el amor, a través del cuidado de otras personas. Por tanto, sí, la fragilidad es una bendición porque nos abre a la verdad de lo que somos y da sentido a la vida.

¡Gracias, Alessandro!

Pd. Compré la novela…y el ensayo

María, la dignidad original restaurada

Dios creó al hombre (varón y mujer) a su imagen y semejanza, iguales en dignidad y llamados a vivir relaciones fundadas en el amor y, por tanto, en el mutuo respeto. El desorden provocado por el pecado original (no, no nos queda tan lejos; todos los días leemos noticias que dejan claro que también nuestra generación cree que sabe más que Dios) altera las relaciones y en lugar de la mutua admiración y donación aparece el afán de dominio, con consecuencias especialmente dolorosas para las mujeres.

En María Santísima se recupera la dignidad original: Ella toma sus propias decisiones (y no precisamente decisiones fáciles o sin importancia), sin necesidad de consejo ni autorización de un varón (ni su padre ni su esposo). Decisiones que no sólo son respetadas, sino que son compartidas y asumidas como propias por José, que la ama como ella quiere y debe ser querida. De la tensión, la lucha, el enfrentamiento, el sometimiento… al amor, el respeto, la admiración por el otro, el deseo de compartir la vida.

Vivir conforme al plan de Dios. Esta es la auténtica liberación de la mujer; y del varón.

 

Unificar la pastoral familiar

Se han publicado en las últimas semanas las respuestas a los cuestionarios del nuevo Plan Diocesano de Evangelización de Madrid. En esas respuestas, las acciones pastorales en las que se percibe mayor nivel de desánimo son: en primer lugar la pastoral del trabajo y dentro de la empresa. Después, por este orden: pastoral de jóvenes, de adolescentes, de postcomunión, pastoral educativa escolar y pastoral familiar. En todos estos ámbitos, las respuestas reflejan un grado de desánimo importante (superior al 4.34 en una valoración de 0 a 10)

 

cuestionario_madrid

También se perciben muy poco aprovechadas para atraer a los alejados la pastoral educativa escolar, de postcomunión y pastoral familiar y la formación de los fieles cristianos.

Uno ambos datos y resulta evidente que las acciones diocesanas que provocan mayor desánimo y que además se perciben como poco aprovechadas para atraer a las personas alejadas de la Iglesia tienen que ver con la familia. Y me parece que los fieles que responden al cuestionario perciben una fragmentación en la atención a la familia en sus distintas etapas. ¿No son la pastoral de jóvenes, de adolescentes, de postcomunión y la pastoral educativa escolar, todas ellas, pastoral familiar? Será necesario, entonces, un proyecto de pastoral familiar integral, en el que la atención a la familia vertebre todos estos aspectos.

¿Qué propuestas concretas se pueden hacer para este plan integral de pastoral familiar en una diócesis? No sería difícil poner en marcha un plan de trabajo que incluya “la coordinación de la Delegación de Pastoral Familiar con las otras pastorales: de catequesis, de educación, juvenil, sanitaria, medios de comunicación, de emigración, del clero y religiosos, para la elaboración y realización de planes que les afecten conjuntamente, como son: la elaboración de materiales diocesanos de catequesis de familia y vida en las distintas etapas; la preparación de un plan de educación afectivo-sexual en los colegios católicos; la organización de “itinerarios de fe” para novios, cursos de formación permanente, etc.”.

“Además, el proyecto de pastoral familiar ha de incluir la preparación de cursos de formación de agentes de pastoral específicamente familiares, los cuales deben ser distintos en sus contenidos y programación de los de las escuelas de catequistas” y “la organización a nivel diocesano de la pastoral matrimonial en sus diversas etapas: con especial incidencia en el fomento de las escuelas de padres, los grupos de novios y los cursos prematrimoniales. Esta organización deberá asegurar la idónea formación de los agentes…” Finalmente, en este plan “el asesoramiento a las parroquias, en los casos de necesidad de asistencia a la familia, se realizará a través de los COF”; “para todo ello habrá que contar con el apoyo de personas especializadas, que puedan atender a los distintos campos de la vida familiar y que la delegación pueda ofrecer como ayuda concreta a las parroquias y movimientos. Provéase, para ello, como para la formación de los agentes, de los recursos personales y económicos suficientes.”

Me parecen criterios prácticos y realistas; que, además, están en perfecta sintonía con las indicaciones del Papa en Amoris Laetitia. Lo que me preocupa es que las citas son párrafos literales del Directorio de Pastoral Familiar de la Iglesia en España, del año 2003; y todavía estamos dando vueltas a cómo aplicarlo adecuadamente. Que no lo hacemos bien lo confirman la percepción y el desánimo de los fieles.

 

El abogado en los procesos de declaración de nulidad de matrimonio

Un aspecto esencial en los procesos de declaración de nulidad de matrimonio es el trabajo del abogado; personalmente creo que no siempre se conoce ni valora suficientemente su labor, que es una ayuda valiosísima en el trabajo de los tribunales de la Iglesia.

El abogado tiene una función fundamental en la fase prejudicial: antes de la presentación de la demanda es necesario un estudio minucioso y detallado de la historia personal y matrimonial de la persona que consulta; y esto exige dedicar largas horas a escuchar a la persona para, posteriormente, estudiar si en lo relatado hay o no indicios de una posible nulidad del matrimonio. Por tanto, la capacidad de escucha debe combinarse con la pericia técnica (conocimientos específicos de derecho matrimonial y procesal canónico).

Una vez estudiados los hechos, llega otro momento importante y delicado en la labor del abogado: la coherencia y profesionalidad exigen exponer con sinceridad si se encuentran o no motivos suficientes para iniciar un proceso de declaración de nulidad. Si no se encuentran, habrá que explicar a la persona que, de su relato, lo que se deduce es que su matrimonio es válido; y será conveniente remitirle a la ayuda (no estrictamente jurídica) que pueda necesitar para asimilarlo.

Si el abogado encuentra indicios suficientes para iniciar un proceso de declaración de nulidad, tendrá que investigar si es posible probarlo, antes de presentar la demanda. Esto es crucial para el proceso y exige de nuevo una gran dedicación por parte del abogado para recabar esas pruebas. Como vemos hay que hacer un trabajo serio, con delicadeza y pericia técnica y una considerable dedicación de tiempo: todo ello sin haber empezado el proceso.

La redacción de la demanda es otro momento determinante: hay que relatar los hechos con respeto y siempre de forma no ofensiva para las partes; y alegar el capítulo de nulidad que corresponda a esos hechos. Una demanda incorrectamente redactada o en la que el capítulo de nulidad que se alegue no sea correcto tendrá repercusiones negativas en el resto del proceso, que posiblemente se complicará y alargará en el tiempo.

En la labor del abogado hay también un importante aspecto de acompañamiento de la persona que consulta, que llega en una situación de dificultad, generalmente con un notable grado de sufrimiento personal y con temor a enfrentarse a un proceso que no suele conocerse bien. Hay que disipar dudas, explicar cada paso procesal, frenar las impaciencias, no crear falsas expectativas… todo ello con una adecuada cualificación técnica.

Si el abogado hace bien su trabajo, todo el proceso se beneficia de esta labor; si no lo hace bien, también todo el proceso se verá afectado. Por eso es tan importante reconocer el trabajo que hacen y agradecer su colaboración con los tribunales en la búsqueda de la verdad.

El Hijo de José

A los padres muchas veces los conocemos a través de sus hijos.
Contemplo en José la fortaleza; la generosidad que no se aferra a los propios planes y la confianza en Dios; la perseverancia en el amor, a pesar de las dificultades. La dulzura al tratar a los niños, la delicadeza al dirigirse a una mujer. El respeto a la persona a pesar de conductas equivocadas. La oración continua.
Porque los niños aprenden de sus padres. Y lo veo en Jesús, el Hijo de José.

Después del Sínodo de la Familia

Ha terminado el Sínodo de los Obispos: durante tres semanas, la atención de la Iglesia y también de gran parte de la sociedad se ha centrado en la familia. Es verdad que, en este tiempo, se han escuchado muchas quejas y dificultades: los problemas a los que se enfrentan las familias, que a veces parecen sin solución; la necesidad de hacer algo para cambiar las cosas; y la dificultad, por qué no reconocerlo, de ponernos de acuerdo para hacer las cosas juntos sin imponer los propios criterios.

Y, sin embargo, el texto final es un grito de esperanza: los Padres Sinodales reconocen que la familia sigue siendo lo más importante para la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de todo el mundo. Y el mejor lugar para crecer, amados por nosotros mismos.

Señalan también medidas para ayudar a vivir mejor la vida de familia; medidas que son igualmente aplicables, en su mayoría, desde cualquier institución no confesional: preparar a los jóvenes para la vida de familia; apoyar los primeros años de matrimonio, siempre delicados; atender con especial cuidado y urgencia a las familias en situación de riesgo (violencia, abusos, soledad…) mediante una red de ayudas concretas.

Estas medidas que apuntan los Padres Sinodales no pueden quedarse ahora en un documento, mera teoría. Exigen ser llevadas a la práctica: no será fácil (¿qué proyecto que merezca la pena dedicar toda la vida es fácil?), pero ya tenemos señalado un camino por el que podemos empezar a andar: y por esta vía, estoy convencida, más allá de las dificultades lo mejor para la familia está por venir

la luz

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