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El pecado de la Iglesia ha sido unir sexo y pecado

Estos días leo en Twitter comentarios a una entrevista publicada en El País. El titular del periódico es “El pecado de la Iglesia ha sido unir sexo y pecado”. Me parece que, aparte de que el titular busque provocar el interés del lector, resume una confusión muy extendida fuera de la Iglesia Católica, pero también dentro.

En muchas personas que se declaran católicas se produce una fractura y un alejamiento de la Iglesia en las cuestiones relativas a la sexualidad y la afectividad: dicen encontrarse lejos de ella porque no comparten su doctrina sobre el amor humano. Y otros católicos, que quieren vivir sus relaciones amorosas en fidelidad al Magisterio, lo viven con ansiedad y escrúpulo intentando cumplir unas leyes de las que no entienden su fundamento.

¿La Iglesia Católica considera el sexo como algo malo?

Sin embargo, la Iglesia Católica no considera el sexo como algo malo. Toda la primera parte de “Deus caritas est”, primera encíclica de Benedicto XVI, se dedica a desmontar esta acusación que se ha hecho a la Iglesia de convertir “en amargo lo más hermoso de la vida” (Deus caritas est, 3). Y el papa Francisco, con citas de sus predecesores, afirma: “Dios mismo creó la sexualidad, que es un regalo maravilloso para sus creaturas… San Juan Pablo II rechazó que la enseñanza de la Iglesia lleve a « una negación del valor del sexo humano », o que simplemente lo tolere «por la necesidad misma de la procreación»” (Amoris Laetitia, 150).

El valor de la sexualidad es enorme, porque el ser humano ha recibido el don de poder amar no sólo de modo espiritual, sino también con gestos corporales: el cuerpo posee la capacidad de expresar el amor. Cada relación de amor se expresa con gestos que transmiten ese amor que vivimos. Pero vivir de forma realmente verdadera este don, no es automático: es una tarea.

¿Castidad = represión?

La Iglesia Católica propone un camino para vivirlo en verdad, para defenderlo de lo que puede tergiversar el auténtico sentido de la sexualidad: a esto se le llama castidad. Muchas veces se ha entendido que castidad equivale a reprimir los afectos y sus manifestaciones corporales o se ha identificado castidad con abstenerse de mantener relaciones; esto no es correcto. La castidad no es reprimir los afectos y sus expresiones corporales, es ordenarlos; todos estamos llamados a vivir en castidad nuestras relaciones afectivas. “Según la visión cristiana, la castidad no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena.” (Familiaris Consortio, 33). Es decir, vivir castamente la sexualidad significa que el lenguaje del cuerpo sea realmente expresión de amor, y no falsedad, egoísmo, violencia, manipulación del otro o cualquier otro peligro que le prive de su auténtico sentido.

Caricias sinceras y verdaderas

Para que corazón y cuerpo vayan acompasados, es necesario que las manifestaciones de afecto –caricias, besos, abrazos, relación sexual- sean sinceras, que nazcan de un auténtico cariño y no estén “contaminadas” por egoísmos, mero deseo de placer, manipulación del otro… Pero, además de sinceras, deben ser verdaderas. Cada tipo de afecto, cada relación, se expresa a través de gestos distintos. No es lo mismo el beso o abrazo que damos a un amigo que el que damos al novio/a. El mismo gesto (un abrazo) puede expresar cosas distintas. Si a un amigo le damos el beso que expresa un amor de predilección como es el de los novios, ese beso no es verdadero; porque con el cuerpo estás expresando algo (una predilección especial) que no corresponde al amor que hay en tu corazón por esa persona (amistad). Y así hay una división entre la verdad del corazón y la expresión del cuerpo.

El encuentro sexual es un gesto que expresa un amor en el que dos personas se hacen una sola. Este gesto es sincero cuando nace de un deseo de amor hacia la otra persona, y no si surge de la curiosidad, de la búsqueda de placer sin más o de un deseo de nuevas experiencias. Pero, para que sea un gesto verdadero, debe expresar algo más: dos cuerpos se hacen uno de verdad cuando esas dos personas son, de verdad, “una sola carne”. Por eso el encuentro sexual es el gesto del cuerpo que expresa un amor definitivo y comprometido –pleno- en el que cada uno se da del todo y recibo al otro totalmente, como un don. Y así, cuando has dado tu vida entera, entras en el cuerpo y la vida de la otra persona y recibes el cuerpo y la persona del otro y ese gesto de amor expresa la verdad del amor que vives. Un amor de entrega total, es un amor conyugal; de manera que ese gesto del cuerpo que expresa esa entrega total, corresponde a la expresión de un amor matrimonial.

Una relación sexual entre dos personas que no se han entregado mutuamente -“soy tuyo, en todo, para siempre”-, puede ser sincera si surge de un cariño auténtico. Pero no es verdadera, porque el cuerpo está expresando una entrega total que ellos no se han dado.

De esta forma, el cuerpo se está adelantando a manifestar un amor (comprometido) que todavía no viven los amantes, que están en una fase anterior del camino del amor. Así, el lenguaje del cuerpo no expresa la verdad del amor que hay entre ellos, y esto puede hacer daño y provocar heridas. Porque la entrega del cuerpo es entrega de toda la persona, y genera una sensación de pertenencia al otro, que no se corresponde con la realidad que están viviendo. Y porque el lenguaje sexual es una intimidad compartida que, si se vive bien, va acompañada de una intimidad también psicológica y espiritual que no tienes si tu relación sexual no es verdadera.

¿Pecado? 

Por eso la Iglesia propone esperar a tener relaciones sexuales una vez casados; cuando dos personas se han entregado y comprometido en un amor total y definitivo, la relación sexual adquiere todo su sentido, que es expresar ese amor con la donación total de los cuerpos (y, por consiguiente, de las personas). Y avisa de que una relación sexual fuera del matrimonio tergiversa el lenguaje del cuerpo y no es vivir el amor en verdad, enseñando que en esos casos, es pecado. Porque el pecado es un aviso de un bien que hay que proteger:los mandamientos y las normas morales no son limitaciones o imposiciones sin sentido, son un don que nos indica el camino para vivir el amor de verdad.

La Iglesia Católica no dice, en absoluto, que sexualidad, afectos, relaciones sexuales… sean algo malo. Una relación sexual fuera del matrimonio es pecado, no porque el sexo sea malo, sino porque la relación sexual es tan valiosa que, si no se vive bien, hace daño. La Iglesia defiende y enseña que son dones tan valiosos, que hay que cuidarlos y vivirlos en verdad, para vivirlos plenamente.

 

Imagen Canva

Cambio de planes

Una de mis canciones favoritas es “Cambio de planes”, de Los Secretos. No me canso de escucharla, aunque –como muchas de sus canciones- es triste.

Cuando la escucho, siempre pienso en el dolor que provoca la falta de sinceridad en cuestiones de amor. La canción habla de una unión rota; el que canta dice que tiene que aceptar la decisión de la otra parte. Y se acuerda de algo que le decía en broma: “Y recordé su voz bromeando en las tardes / diciéndome qué harás si hay cambio de planes”

Me puedo estar montando una película, porque no sé exactamente qué tenía en la cabeza el autor al escribir la letra. Pero, para mí, explica una ruptura que una de las partes no se esperaba en absoluto (el que canta) y tiene que asimilar y aceptar. La otra parte, sí se reservaba esa posibilidad de romper, aunque lo había expresado de una manera que parecía una broma: “Y recordé su voz bromeando en las tardes / diciéndome qué harás si hay cambio de planes”

Mensaje no compartido

Cada uno ha actuado conforme a lo que quería de esta relación: una parte la consideraba como definitiva, o al menos, estable; la otra, que podía darse un cambio de planes que se concreta en romper. Tal vez no lo dijo de forma clara, sólo lo insinuó; o tal vez el que lo oía no quería admitir que el comentario iba en serio. En cualquier caso, el mensaje (podría darse una ruptura) no era compartido por las dos partes. Por eso ahora, el que creía vivir una relación estable sufre y tiene que aceptar, con dolor, ese cambio de planes; la otra parte, probablemente, no vive ese sufrimiento. Porque ha actuado en coherencia con lo que se planteaba y esperaba de su relación.

¿Qué queremos, de verdad?

Lo que quiero destacar es que, durante el noviazgo, hay que decidir qué tipo de relación se quiere vivir.  Lo que va a surgir entre ambos es lo que los dos queramos de verdad. Si uno de los dos quiere vivir este amor matrimonialmente pero el otro quiere vivirlo de otra forma (p.ej., no para siempre), no coinciden ambas voluntades. Y esto va a ser fuente de enorme sufrimiento, porque cada uno esperará de su relación cosas distintas: uno, una vida juntos en un amor para siempre; otro, un amor temporal.

Sin sinceridad no hay amor de verdad

Para evitarlo, es imprescindible la sinceridad al hablar de qué tipo de relación queremos construir juntos.Elegir los elementos fundantes de la relación depende de nosotros: ¿queremos vivir nuestro amor matrimonialmente, es decir, nos entregamos en una relación de amor definitiva, fiel y fecunda, que esto es el matrimonio natural? ¿O queremos otro tipo de relación, con otros elementos menos comprometidos? Hay que decir lo que uno quiere de verdad; y ,una vez decididos, la relación que establecemos no puede cambiar en sus elementos esenciales si no es para crecer. Si lo que falla son los principios, las raíces, entonces el sufrimiento va a ser muy grande porque falla la unión que hemos elegido.

El resto de situaciones de nuestra vida en común no dependen de nosotros de la misma manera (p. ej. podemos querer una familia numerosa y los hijos no vienen). Y, aunque también es necesario en el noviazgo hablar mucho de lo que nos gustaría para nuestro proyecto familiar , si estamos de acuerdo en lo fundamental seremos capaces de adaptarnos, juntos, a las circunstancias que faciliten o impidan que se cumplan nuestros planes.

La diferencia es que este “cambio de planes” no se hace cada  uno por su lado, sino unidos; y no rompe la relación, sino que la refuerza y consolida, porque en lo esencial –nos queremos, pase lo que pase- estamos de acuerdo.

 

‘Cambio de planes’

Hoy empecé a andar y sin fijarme
no sé cómo llegué frente a su calle,
pero al notar mi error, al girarme,
miré hacia atrás, sin querer, y vi su imagen.

Y recordé su voz bromeando en las tardes
diciéndome que harás si hay cambio de planes.
Hoy empecé a guardar todas sus cartas,
las fotos que encontré y algunas lágrimas,
pero al tratar de juntar en una caja
todo lo que me dejó olvidé cerrarla.

Y a veces sin querer, cuando todo está en calma
la sombra del dolor asoma su cara.

Y volveré a sentir la oscuridad, a beber la soledad.
Hoy tengo que dejar su castillo en el aire,
pisar el suelo, aceptar un cambio de planes.

 

 

Grietas

Hace unos días, preparando la presentación de mi libro sobre la nulidad de matrimonio, la profesora Mª. José Valero de la Universidad Villanueva me decía: he visto que la foto de portada es la misma que tienes en tu perfil de WhastApp ¿significa algo?

No hace falta decir que Mª. José es una persona inteligente e intuitiva. Efectivamente, no es la misma foto, pero sí de la misma serie.

Con la foto de portada del libro, unas hojas de hiedra saliendo de una grieta en la pared, quería expresar la esperanza que surge a partir de las dificultades. Concretamente en este caso la posibilidad de que, a partir del daño causado por una separación, el proceso de declaración de nulidad de matrimonio aporte luz, acompañamiento y pueda ser bálsamo para las heridas. El deseo de ser instrumentos del Señor para ayudar a sanar a las personas encontrando la verdad.

Es un resumen del contenido del libro que creo que expresa gráficamente mi concepción del proceso.

Las grietas reflejan por tanto el sufrimiento de quienes han pasado por una ruptura y el deseo de que el proceso les dé en cierta manera nueva vida. Pero esas grietas expresan también un gran sufrimiento propio: tengo clarísimo que el proceso es una herramienta pastoral que, usada debidamente, aporta paz a las conciencias y ayuda a reconocer y curar las heridas. Pero también soy dolorosamente consciente de todo el daño que hace una incorrecta aplicación de las normas procesales y de derecho sustantivo, y de que esto desgraciadamente todavía se da en muchos tribunales. Situación que me parece tanto más grave porque se produce a pesar de las insistentes peticiones y recomendaciones del Santo Padre para que se revise la actividad de los tribunales eclesiásticos y se tomen las medidas necesarias para la correcta actuación de los operadores jurídicos. Siento decir que aquí hay una responsabilidad enorme de los obispos, a quienes el Papa Francisco recordó claramente que tienen esa obligación de velar por el correcto funcionamiento de sus tribunales (tanto en la reforma procesal como posteriormente en Amoris Laetitia), que no es únicamente la tramitación en plazo de las causas sino, sobre todo, velar por que las sentencias respeten la verdad del matrimonio y por hacer accesibles los tribunales a los fieles. Una barrera de la que no todos son conscientes es el hecho continuado de que un tribunal no haga bien su trabajo, porque es un motivo de desánimo para las personas que querrían acudir al tribunal; además de una gravísima injusticia con consecuencias que afectan al bien de las almas. Y la conciencia de todo esto es un peso que llevo con sufrimiento esperanzado.

Y ¿por qué la misma foto en tu perfil de WhatsApp?

No es la misma, aunque es parecida. Esta pared con grietas en distintos lugares, de diferentes tamaños y profundidad, me llama mucho la atención. En cada grieta, hojas también de diferentes tamaños: unas solas, otras acompañadas, unas en el centro mismo de la grieta, otras en los surcos que deja en la pared…

En los últimos años he vivido varios momentos difíciles. Las fotos, que muchas veces no publico, me sirven para mi reflexión personal. El curso pasado murió mi padre; durante un tiempo mi foto de perfil de WhatsApp fue una foto de los dos juntos. Unos meses después, coincidiendo con cambios en la forma de vivir su pérdida, cambié la foto. Esta refleja lo que vivo: dolor que deja cicatrices, pero en esas huellas hay vida abundante, vida nueva, vida juntos. Y comunión: la oración de muchas personas hace posible pasar por cañadas oscuras sintiendo la guía del Pastor y la compañía de otras ovejas. Algunas me leen, otras muchas no; a todas : ¡gracias!

Coaching Familiar: mediación de conflictos

  • Mediación de resolución de conflictos: una ayuda encaminada a buscar soluciones cuando la dificultad o el conflicto ya ha surgido.

Una pareja que discute frecuentemente o que no habla, con tensiones en su relación, con desacuerdos importantes que si no se resuelven pueden desembocar en algo más grave o llevar incluso a una ruptura.

En este caso en el Instituto Coincidir proponemos acudir a la mediación familiar como proceso de resolución de conflictos en el ámbito familiar, con el objetivo de  solucionar las dificultades y fortalecer y mejorar el matrimonio o la relación paterno-filial.

¿Quién es el mediador familiar?

El mediador familiar es un tercero neutral que no impone una solución sino que, con las técnicas oportunas, ayuda a cada pareja o familia a encontrar la solución que más conviene para su situación concreta.

¿En qué consiste la mediación o coaching familiar?

El trabajo de mediación combina sesiones conjuntas con sesiones individuales en las que cada una de las partes expone lo que viven con dificultad en su relación, lo que necesitarían, lo que querrían cambiar…Esto permite que cada uno exprese sus razones y escuche las de la otra parte, sin “cortar” la explicación ante las reacciones del otro, porque se lo está contando también al mediador y ayuda a centrar los problemas reales – ¿qué es lo que les está pasando? – y a fijar objetivos -¿quiere cada uno buscar soluciones?- en un proceso en el que el mediador les irá ayudando a encontrar el modo de acercar posiciones y, si es necesario, a solicitar la ayuda de otro/s especialistas que tal vez de entrada una o ambas partes no querían admitir (p.ej. una atención psicológica o psiquiátrica).

Ventajas de la mediación o coaching familiar:

Nos sigue costando mucho solicitar ayuda clínica, psicológica o psiquiátrica; al trabajar con un mediador los aspectos personales que necesitamos mejorar es posible que lleguemos a la conclusión de que necesitamos una ayuda especializada –por aspectos de personalidad, por alguna dificultad o trastorno específico…- y en mi experiencia es más fácil admitir la necesidad de esa ayuda cuando es la persona la que llega a la conclusión de que la necesita, desde una ayuda previa no clínica.

Por esta razón, es conveniente que los equipos de orientación y mediación familiar cuenten con la colaboración de otros profesionales que intervengan en el proceso de ayuda cuando sea necesario. No son en modo alguno ayudas excluyentes, son complementarias.

Curso para novios en un mundo necesitado de esperanza

“El matrimonio, una decisión original en un mundo necesitado de esperanza” es el título de la última sesión que me han pedido en un curso de preparación al matrimonio.

¿A qué viene este título? Tiene sentido porque elegir –hoy- el matrimonio es bastante original. Y al elegirlo, afirmar que el amor para siempre es posible es un foco de esperanza en un mundo que no cree que el amor pueda ser definitivo.

Esa incredulidad hace sufrir mucho porque cuando uno de verdad está enamorado desea desde lo más profundo de sí mismo que ese amor sea para siempre (“Si fueras para toda la vida, yo sería la persona más feliz” era el grito de la enamorada cantante de El sueño de Morfeo) y todo le responde que es imposible. El matrimonio “por la Iglesia” es la afirmación de que ese deseo profundo, cuando surge de un amor verdadero, tiene sentido, es real y es posible. Que no hay que tener miedo a elegir un amor así, porque las personas estamos hechas para relaciones definitivas. Y que, aunque haya crisis –inevitables en las relaciones que duran en el tiempo- los elementos que forman el amor comprometido son herramientas para superarlas: un amor que además de los afectos incorpora la razón y desde la libertad elige con la voluntad vivir juntos todos los días de la vida. Como vengan, les haremos frente juntos: lo bueno será aún mejor y lo malo lo superaremos juntos. No es fácil, pero es posible. Y si además se pone ese compromiso de amor en manos del Amor mismo, Él se hace presente fortaleciendo la unión de los amantes para que sea, progresivamente, imagen (sacramento) de su Amor: fiel, fecundo, para siempre.

¿A quién se le ocurre hablar de casarse por la Iglesia, hoy?

Este año he acudido a la Feria del Libro, por primera vez al otro lado de la caseta, como autora de “Una decisión original”. Cuando te invitan a participar piensas inmediatamente en el contacto con los lectores; y, sin duda, es la mejor parte de la experiencia: conocer a las personas que se interesan por el libro, ponerles cara, responder a sus preguntas y escuchar sus comentarios. También da un poco de vértigo ¿y si nadie se acerca? Y, al menos en mi caso, vas preparado para una cura de humildad, dispuesto a asumir que no vas a tener éxito y que vas a pasar desapercibido o ignorado.

Pero hay otra parte en la que no piensas de primeras: los comentarios de las personas que pasan por delante del libro y lo desprecian. También es muy educativo, porque duele; y te hace consciente de la cantidad de veces que tú has hecho lo mismo: despreciar algo sin darte cuenta (¿o sí?) de que detrás de ese algo hay alguien a quien el desprecio le duele. Porque no es lo mismo el comentario de quien no comparte tu punto de vista, manifestado desde el respeto, que las risas y las miradas de desprecio que también se dieron.

Es llamativo que los comentarios negativos se referían al subtítulo: “guía para casarse por la Iglesia”, resumidos en “eso no tiene futuro”, “quién escribe algo así, hoy”. Pasado el primer momento, la pregunta es ¿tiene sentido escribir algo así, hoy? ¿tiene futuro proponer casarse por la Iglesia? Y la respuesta, ratificada una y otra vez, es: ¡sí, tiene sentido y tiene futuro! Porque cada vez más recibo consultas de personas con serias heridas afectivas causadas por vivir las relaciones de amor de una forma que no les puede llenar la vida ni llenar el corazón. Por el contrario, recibo también el testimonio de personas que han conocido la verdad de la propuesta de la Iglesia sobre el matrimonio y han empezado un proceso de sanación de las heridas y de afianzarse en el camino de un amor de verdad (que no de novela rosa). Personas que me confían: cuando nos hemos convertido nos hemos empezado a dar cuenta del tesoro que es nuestro matrimonio y hemos empezado a cuidarlo. Y que preguntan cómo pueden formarse para poder proponer a otras parejas la verdad del amor que han conocido.

Y es que la propuesta de la Iglesia sobre el matrimonio no es una imposición, ni algo válido para épocas pasadas: es una propuesta liberadora porque se basa en la verdad del amor. Y sólo la verdad llena el corazón y la vida de las personas. Qué buen día para recordarlo, en la fiesta de santo Tomás Moro que tuvo el valor de defender con su vida la verdad que había conocido y vivido.

Soportar al cónyuge

Desde hace años, siempre que escucho decir que en el matrimonio se trata de “soportar al otro”, me rebelo. Porque el matrimonio no va de soportar, va de querer. Y “soportar” me suena muy negativo, me suena a carga indeseada, a algo que te aplasta y no te puedes quitar de encima, “tú aguanta” aunque no te guste lo que aguantas. O, mejor dicho, a quien aguantas.

 

Pero desde hace una semana he tenido que replantearme las cosas. Leo un artículo de Enrique García-Máiquez (http://www.diariodecadiz.es/opinion/articulos/hermosa-palabra_0_1186981801.amp.html) y me encuentro esto: “soportar, esta bella palabra. Bellísima, y yo no lo sabía”. Y ¡yo tampoco lo sabía! Pero ciertamente Enrique tiene razón cuando dice que “»soportar» debe de ser dar apoyo, sostener, elevar”. Visto así, no me queda más remedio que rendirme y reconocer que estoy equivocada: sin duda, mi marido me soporta porque me apoya, sostiene y eleva. Y espero que él pueda decir lo mismo. Así que el amor conyugal también es soportar,  y yo no lo sabía; creo que nunca me he alegrado tanto de estar equivocada.

¡Te invito a mi boda!

Por fin ha llegado: ¡nos casamos! Una vez decidido ¡hay tantas cosas que preparar! Vestido (¿qué novia no quiere estar guapa el día de su boda?), celebración, fiesta… un montón de detalles para celebrar la decisión más trascendental de nuestras vidas. Claro que, como sabemos, lo importante es el amor. Pero queremos compartir este momento con las personas más importantes para nosotros: padres, hermanos, familia, amigos… ¡que no se nos olvide nadie!

Si estáis viviendo esto, ¡enhorabuena!; si tenéis claro que lo importantes es el amor, ¡enhorabuena! Efectivamente, todo lo demás tiene sentido si de verdad celebráis algo real: que, de verdad, os queréis; que el amor que os tenéis, crece; que os elegís mutuamente para ser felices y haceros felices; y que en adelante queréis repetir cada día de vuestra vida ¡sí, quiero! para volver a elegiros, en los días buenos y en los malos.

Si os casáis “por la Iglesia” es porque habéis querido invitar a Dios a vuestra boda: para que Él, que hizo nacer en vosotros este amor, lo lleve a plenitud.

bodas de caná

En medio del jaleo de los preparativos podéis daros cuenta, de repente, de que se os está pasando por alto invitar a Alguien que no queréis por nada del mundo que falte. O, tal vez, Le habéis invitado pero ¿le trataréis como merece o es una invitación sólo de nombre, para quedar bien cuando en realidad no os importa si viene o no? Como en el cuadro que acompaña este texto, en el que Jesús y su Madre están invitados a una boda, pero ¡nadie! les hace caso. Y, sin embargo, el amor que os tenéis y que queréis teneros siempre sólo es posible si Cristo viene en vuestra ayuda.

No os olvidéis del invitado más importante: Aquél que garantiza que vuestro matrimonio es posible. Y así, todo lo demás tendrá sentido.

 

 

 

 

 

Sobre el noviazgo (2)

En el último post ( http://www.estaporvenir.com/sobre-el-noviazgo-1/ ) decíamos que el noviazgo es un período de preparación para el matrimonio, de conocimiento mutuo: para poder conocernos suficientemente tenemos que hablar mucho, con sinceridad y confianza, poder mostrarnos como somos con libertad.

Para que el noviazgo cumpla su sentido auténtico es fundamental plantearnos qué proyecto de vida queremos tener juntos: no se trata de estar totalmente de acuerdo en todo, eso sería imposible y además haría la relación muy aburrida; pero hay algunos temas que tendrán especial importancia en la convivencia matrimonial y sobre ellos hay que hablar (mucho, con sinceridad y claridad).

Algunas de estas cuestiones que conviene plantearse durante el noviazgo son:

  • ¿Qué concepto tengo del matrimonio? ¿Considero que es una unión en el amor definitiva, fiel, fecunda? ¿O tengo otra idea distinta? En esto hay que ser muy claro para poder tomar la decisión de casarse o de no casarse sin engaños; sabiendo qué puede uno esperar de la unión que el otro le propone.

 

  • ¿Cómo vamos a vivir la sexualidad, la paternidad responsable? ¿Queremos cada uno de nosotros tener hijos, o no? ¿Una familia numerosa o pequeña? ¿Qué pensamos sobre la educación de los hijos? No hace falta llegar a detalles del día a día, pero sí tener una idea clara de qué tipo de formación querríamos darles en casa y el tipo de colegio que elegiríamos para nuestros hijos.

 

  • ¿Qué lugar ocupa en la vida de cada uno y cómo vamos a vivir la espiritualidad? ¿Compartimos creencias religiosas? En caso negativo, ¿hay un respeto hacia las creencias del otro y a cómo vive esas creencias? ¿Hay un mínimo que podamos compartir? ¿Las creencias de uno de los dos constituyen una diferencia que supone tener criterios irreconciliables en aspectos fundamentales como el concepto del matrimonio, la apertura y educación de los hijos, la paternidad responsable, la sexualidad? Si no compartimos creencias: ¿qué vamos a transmitir a nuestros hijos, en qué ideas/principios/valores/prácticas religiosas les vamos a educar?

 

  • ¿Cómo planteamos en adelante las relaciones con las familias de origen y con los amigos y las actividades de ocio? Hay que saber en qué lugar están mis padres, hermanos, amigos… y cómo afecta a nuestra relación el puesto que ocupan en mi vida. ¿Estoy de acuerdo en que la vida matrimonial exige cambios en mis prioridades? ¿Qué pasará si hay que hacer renuncias debido a la evolución de la vida matrimonial? ¿Voy a encajar bien estos cambios o hay otras relaciones familiares, de amistad o actividades de ocio que quiero anteponer a mi relación matrimonial?

 

  • Igualmente hay que tener claro qué lugar ocupa en las prioridades de cada uno el trabajo: ¿es más importante que la familia? Hay que llegar a un equilibrio entre la vida familiar y la vida laboral; pero una vez que se cubren las necesidades familiares básicas, ¿el éxito profesional es para mí más importante que la familia? Y ¿qué consideramos necesidades básicas? ¿Cómo vamos a conciliar vida familiar y laboral?

 

  • También es necesario ponerse de acuerdo en relación con la gestión del dinero: ¿cuentas comunes o separadas? ¿Admitir o no una dependencia económica de las familias de origen? Si uno de los dos se dedica prioritariamente a la atención de la familia ¿cómo le afectará no tener ingresos propios?

 

  • En cuanto a si hay cuestiones no-negociables, concretarlas depende de cada persona: hay cosas que, aunque cuesten, se pueden ir encajando. Otras, que nos producen una ruptura interior, no se pueden aceptar. Por eso en todo esto conviene ser muy sincero y muy claro a lo largo del noviazgo: para que ninguno de los dos vaya al matrimonio engañado. Recordemos que el noviazgo es un tiempo para poder decidir, con libertad, continuar adelante y comprometerse en una relación definitiva (“sí, quiero”) o romper si no es posible un futuro juntos. Ruptura que es un éxito si es lo mejor para ambos (un buen noviazgo no tiene que acabar necesariamente en boda) y no es tirar por la borda el tiempo vivido juntos, si en esa etapa nos hemos ayudado mutuamente a crecer y madurar.

 

Está claro que la vida nos sorprenderá continuamente y no podemos pensar que nuestros planes se van a cumplir exactamente como los hemos pensado. Pero si entre los novios hay un acuerdo de fondo sobre estas cuestiones, será más fácil que no surjan dificultades graves en el matrimonio; porque serán capaces de amoldarse, unidos, a lo que la vida les vaya planteando.

 

 

La reforma del proceso de nulidad un año después

Un año después de la entrada en vigor de la reforma del proceso de nulidad de matrimonio introducida por el Papa Francisco mediante el Motu Proprio Mitis Iudex Dominus Iesus, parece conveniente recordar algunos aspectos esenciales de esta reforma:

La intención del Papa ha sido eliminar las barreras que los fieles percibían como obstáculos para acudir a un tribunal eclesiástico: la distancia geográfica (ahora se puede elegir el tribunal más cercano al domicilio del demandante); la dificultad que puede suponer el coste económico del proceso (el Papa pide que, en la medida de lo posible, los procesos sean gratuitos); y la duración de los procesos: con el fin de agilizar la tramitación, el Papa elimina la necesidad de obtener una doble sentencia. De este modo, si la sentencia del tribunal de primera instancia declara que consta la nulidad del matrimonio ya no es necesario pasar automáticamente al tribunal superior para que confirme esa sentencia; salvo apelación del defensor del vínculo o de una de las partes, derecho de apelación que es consecuencia del respeto a la indisolubilidad del matrimonio. Precisamente para garantizar la tutela debida del bien de la indisolubilidad del matrimonio, al desaparecer la necesidad de la doble sentencia se exige del defensor del vínculo una mayor diligencia si, en conciencia y con razones fundadas, debe ejercer el derecho/deber de apelar.

La reforma introduce también la posibilidad de un proceso más breve ante el obispo, que puede plantearse si se dan dos condiciones: que ambos cónyuges presenten la demanda conjuntamente o uno con el consentimiento del otro. Y la segunda condición es que, de las pruebas que se aporten con la demanda, la nulidad sea manifiesta. En estos procesos es el propio obispo quien, si alcanza la certeza moral sobre la nulidad del matrimonio, da la sentencia.

La reforma refuerza la conciencia de la dimensión pastoral del proceso y del trabajo de los tribunales eclesiásticos; y pone el acento en la responsabilidad del obispo como juez no sólo en los procesos más breves, ya que también es responsable de que en el funcionamiento del tribunal se respete el principio de la indisolubilidad del vínculo matrimonial porque “en virtud de su oficio pastoral es con Pedro el mayor garante de la unidad católica en la fe y la disciplina”.

Desde mi punto de vista, con esta reforma el Papa ha sido muy exigente ya que espera de todos los que de una u otra forma trabajamos en los procesos de declaración de nulidad de matrimonio que lo hagamos de forma responsable, profesional, trabajando con rapidez y al mismo tiempo con justicia y verdad, en fidelidad al Magisterio y la ley de la Iglesia. Es fácil decirlo, pero no tanto aplicarlo.

 

 

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