Página 2 de 6

Casarse con la persona ideal

En una de las bodas de la película “Cuatro bodas y un funeral”, el sacerdote (Rowan Atkinson) pregunta: ¿hay alguien que tenga algo que oponer a la celebración de esta boda? Y, en ese momento, el hermano del novio se levanta y dice que el novio no se puede casar… porque está enamorado de otra mujer.

El contrayente sabía que no estaba realmente enamorado de la novia; pero se había dejado llevar a una boda con una chica que –teóricamente- era todo lo que podía desear, aunque no la amaba.

¿Es buena idea casarse con alguien a quien aprecias, con quien compartes educación, gustos, principios… pero al que no amas con locura? Conozco a algunas personas a las que su entorno anima a casarse en estas circunstancias, porque les parece que ya tienen cierta edad, que se van a quedar solas… No me parece un buen consejo, y no es buena idea casarse así. El matrimonio está pensado para parejas de enamorados, que quieren vivir una unión de auténtico y verdadero amor para siempre. Por tanto, si no estás enamorado, te falta un elemento esencial.

Estar enamorado es…

 Estar enamorado es descubrir que hay otra persona en el mundo que hace tu vida mejor, que saca de ti todo lo bueno que tienes dentro; una persona que te hace exclamar ¡qué bueno que existas! y a la que quieres tener cerca todos los días de tu vida. El matrimonio es la decisión de vivir ese amor para siempre.

O sea que el amor matrimonial es un compromiso. Pero el compromiso supone que porque 1- se está muy bien juntos (parte afectiva) y 2- porque nuestra relación tiene sentido (razón), 3- hemos decidido (voluntad) elegirnos mutuamente para siempre. El amor conyugal está compuesto de estos ingredientes, que conviene que estén presentes en el momento del “sí, quiero” y deben mantenerse a lo largo de toda la relación.

Sentimientos, razón y voluntad, integran el compromiso

Tal vez te han presentado a “la persona ideal” que, según tus amigos/padres/hermanos… es tu media naranja. Porque comparte, como decía antes, tu educación, valores, es buena persona, incluso sería un padre/madre fenomenal. Bien, pues ¡daros una oportunidad! Si, al conoceros mejor, además de todo eso con esa persona se te dispara el corazón, te emocionas cuando la ves, estáis a gusto y felices… entonces adelante. Si a pesar de que, sobre el papel es la persona perfecta, no congeniáis; uno de los dos tiene que ceder siempre para amoldarse al otro; no hacéis más que discutir; no os ponéis de acuerdo en lo que queréis; piensas que no es lo que deseas pero que ya llegará… no es la persona con la que establecer un compromiso de un amor definitivo ¡porque no la amas!

Es verdad que en algunas parejas ese amor surge después de la boda, pero no es lo habitual. Y es un asumir un riesgo que no os recomiendo: porque precisamente para comprobar si os queréis, está el noviazgo. Ciertamente para que la relación de noviazgo madure, es necesario aprender a discutir, estar en desacuerdo, llegar a acuerdos, perdonar y ser perdonado… Pero no puede ser lo habitual. Por eso, si la tónica general del noviazgo no es de felicidad, de alegría, de ilusión por estar juntos y por formar ese proyecto de amor juntos… es mejor dejarlo.

¿Entonces, si estamos muy a gusto juntos, es suficiente para casarnos?

No: como decía antes, el amor no es sólo sentimiento. Para formar un proyecto de vida en el amor, es importante que estemos a gusto juntos. Pero, además, tenemos que ver si queremos lo mismo para nuestro proyecto de vida, al menos en los puntos esenciales. Por eso, en el noviazgo hay que hablar de lo que cada uno desearía hacer en la vida: por ejemplo, si a los dos nos gustaría casarnos, entonces aclarar qué es para cada uno el matrimonio ¿Una unión en el amor para siempre, o temporal; fiel o abierta? ¿Queremos lo mismo? Si coincidimos en lo esencial, y eso se suma a que estamos a gusto juntos, las cosas van bien.

Pero no siempre queremos lo mismo. Es posible estar muy a gusto con una persona y que cada uno tengamos preferencias distintas para nuestro proyecto de vida. Por ejemplo, a uno le gustaría formar una familia y para el otro su prioridad es una carrera profesional brillante que le hace dejar de lado formar una familia. ¿Es posible llegar a un acuerdo que satisfaga a los dos? Porque si no, por muy a gusto que estemos al principio, nos iremos distanciando a medida que cada uno vaya dando pasos para lograr lo que quiere. Por tanto, a los sentimientos hay que añadirle la razón: ¿es razonable empeñarnos en sacar adelante una relación en la que cada uno queremos cosas distintas?¿Si tengo que ceder en lo que para mí es fundamental: tiene sentido?¿Realmente es una relación de amor aquella en la que dejo de ser yo para amoldarme a la relación? Es mejor dejarlo en una buena amistad y no empeñarse en casarnos.

El matrimonio es algo muy serio. Y por eso no conviene tomar una decisión a la ligera. Si no es lo que realmente queréis, con esta persona en concreto, no deis el paso. Porque va a ser fuente de sufrimiento y no de felicidad. Y lo digo, consciente de lo difícil que es la soledad cuando uno desea formar una familia. Pero un matrimonio sin amor, no es la solución: no es la persona ideal.

Necesito hablar del duelo

Después de meses sin ver prácticamente a nadie, cuando acabó el confinamiento volví a salir a la calle. Todo había cambiado, para mí de forma especial porque había muerto mi padre. Me encontré con personas que conozco y me preguntaban, respetando la distancia de seguridad: ¿cómo estás?

Al principio respondía: “regular”; pero la mayoría se asustaban mucho con esta respuesta. Y es que no estamos acostumbrados a encontrarnos con el dolor de los demás. Así que, enseguida, a la misma pregunta respondía con un educado: “bien” y seguía mi camino.

Con personas más cercanas, me sucedió algo distinto; al principio les respondía con la verdad (“estoy hecha polvo”) y les daba una larga explicación de lo que había vivido. Pero, al ir pasando los meses, no puedes seguir pidiendo a tus amigos que te escuchen contar lo mismo una y otra vez. Así que ahora, cuando me preguntan, les dijo: “mejor, muchas gracias”; que es verdad, pero no toda.

Porque lo cierto es que las circunstancias que hemos vivido estos meses – de aislamiento, de falta de información, de falta de contacto, de no poder mirarnos a la cara y hablar o simplemente estar con personas que te importan y a las que tú les importas-, han hecho especialmente difícil vivir la muerte de mi padre. Y aunque vaya dando pequeños pasos, sigo viviendo un duelo difícil (no le vi enfermo, no estuve con él cuando murió, no pude ir a su entierro) y necesito volver atrás y necesito contarlo, para tener la sensación de haberlo vivido y hacerme consciente de todo lo que ha pasado. Pero no quiero cargar a mi familia y a mis amigos con más sufrimiento, aumentando su propio dolor, por lo que me lo guardo; pero está ahí, queriendo salir. Y me encuentro dando una detallada respuesta de lo triste que estoy o de lo que me está costando vivir esto a  mi amiga Patri, cuando me pregunta qué tal mientras me cobra la compra en Mercadona.

Lo que es llamativo en esta situación es que me encuentro dando respuestas desproporcionadas para el momento y la persona con la que hablo. Y esto es una señal de que llevo dentro algo que me quema y me pesa; e, inconscientemente, trato de no sobrecargar a quienes me rodean porque sé lo que ellos están soportando. Aunque tengo la inmensa suerte (Providencia) de tener cerca a Mercedes Honrubia, que me ayuda en este proceso en el que, como muy bien me ha explicado, mis heridas dejarán de sangrar y quedarán las cicatrices; señales que es bueno que no desaparezcan, porque son una parte importante de lo que he vivido y de lo que soy. Pero sí dejarán de doler.

¿Qué hacer?

Si tú estás viviendo una situación parecida, un duelo que no has podido resolver, y no puedes o no quieres cargar a tu familia con lo que te quema por dentro, que sepas que hay ayudas disponibles. Personas que te van a escuchar, a ayudar a verbalizar todo lo que te duele, y a acompañarte en el proceso de recolocarlo –no para negarlo, sino para vivirlo con paz-. Y, si es necesario, te ayudarán a tomar la decisión de solicitar otro tipo de ayudas.

Grietas

Hace unos días, preparando la presentación de mi libro sobre la nulidad de matrimonio, la profesora Mª. José Valero de la Universidad Villanueva me decía: he visto que la foto de portada es la misma que tienes en tu perfil de WhastApp ¿significa algo?

No hace falta decir que Mª. José es una persona inteligente e intuitiva. Efectivamente, no es la misma foto, pero sí de la misma serie.

Con la foto de portada del libro, unas hojas de hiedra saliendo de una grieta en la pared, quería expresar la esperanza que surge a partir de las dificultades. Concretamente en este caso la posibilidad de que, a partir del daño causado por una separación, el proceso de declaración de nulidad de matrimonio aporte luz, acompañamiento y pueda ser bálsamo para las heridas. El deseo de ser instrumentos del Señor para ayudar a sanar a las personas encontrando la verdad.

Es un resumen del contenido del libro que creo que expresa gráficamente mi concepción del proceso.

Las grietas reflejan por tanto el sufrimiento de quienes han pasado por una ruptura y el deseo de que el proceso les dé en cierta manera nueva vida. Pero esas grietas expresan también un gran sufrimiento propio: tengo clarísimo que el proceso es una herramienta pastoral que, usada debidamente, aporta paz a las conciencias y ayuda a reconocer y curar las heridas. Pero también soy dolorosamente consciente de todo el daño que hace una incorrecta aplicación de las normas procesales y de derecho sustantivo, y de que esto desgraciadamente todavía se da en muchos tribunales. Situación que me parece tanto más grave porque se produce a pesar de las insistentes peticiones y recomendaciones del Santo Padre para que se revise la actividad de los tribunales eclesiásticos y se tomen las medidas necesarias para la correcta actuación de los operadores jurídicos. Siento decir que aquí hay una responsabilidad enorme de los obispos, a quienes el Papa Francisco recordó claramente que tienen esa obligación de velar por el correcto funcionamiento de sus tribunales (tanto en la reforma procesal como posteriormente en Amoris Laetitia), que no es únicamente la tramitación en plazo de las causas sino, sobre todo, velar por que las sentencias respeten la verdad del matrimonio y por hacer accesibles los tribunales a los fieles. Una barrera de la que no todos son conscientes es el hecho continuado de que un tribunal no haga bien su trabajo, porque es un motivo de desánimo para las personas que querrían acudir al tribunal; además de una gravísima injusticia con consecuencias que afectan al bien de las almas. Y la conciencia de todo esto es un peso que llevo con sufrimiento esperanzado.

Y ¿por qué la misma foto en tu perfil de WhatsApp?

No es la misma, aunque es parecida. Esta pared con grietas en distintos lugares, de diferentes tamaños y profundidad, me llama mucho la atención. En cada grieta, hojas también de diferentes tamaños: unas solas, otras acompañadas, unas en el centro mismo de la grieta, otras en los surcos que deja en la pared…

En los últimos años he vivido varios momentos difíciles. Las fotos, que muchas veces no publico, me sirven para mi reflexión personal. El curso pasado murió mi padre; durante un tiempo mi foto de perfil de WhatsApp fue una foto de los dos juntos. Unos meses después, coincidiendo con cambios en la forma de vivir su pérdida, cambié la foto. Esta refleja lo que vivo: dolor que deja cicatrices, pero en esas huellas hay vida abundante, vida nueva, vida juntos. Y comunión: la oración de muchas personas hace posible pasar por cañadas oscuras sintiendo la guía del Pastor y la compañía de otras ovejas. Algunas me leen, otras muchas no; a todas : ¡gracias!

Coaching Familiar: mediación de conflictos

  • Mediación de resolución de conflictos: una ayuda encaminada a buscar soluciones cuando la dificultad o el conflicto ya ha surgido.

Una pareja que discute frecuentemente o que no habla, con tensiones en su relación, con desacuerdos importantes que si no se resuelven pueden desembocar en algo más grave o llevar incluso a una ruptura.

En este caso en el Instituto Coincidir proponemos acudir a la mediación familiar como proceso de resolución de conflictos en el ámbito familiar, con el objetivo de  solucionar las dificultades y fortalecer y mejorar el matrimonio o la relación paterno-filial.

¿Quién es el mediador familiar?

El mediador familiar es un tercero neutral que no impone una solución sino que, con las técnicas oportunas, ayuda a cada pareja o familia a encontrar la solución que más conviene para su situación concreta.

¿En qué consiste la mediación o coaching familiar?

El trabajo de mediación combina sesiones conjuntas con sesiones individuales en las que cada una de las partes expone lo que viven con dificultad en su relación, lo que necesitarían, lo que querrían cambiar…Esto permite que cada uno exprese sus razones y escuche las de la otra parte, sin “cortar” la explicación ante las reacciones del otro, porque se lo está contando también al mediador y ayuda a centrar los problemas reales – ¿qué es lo que les está pasando? – y a fijar objetivos -¿quiere cada uno buscar soluciones?- en un proceso en el que el mediador les irá ayudando a encontrar el modo de acercar posiciones y, si es necesario, a solicitar la ayuda de otro/s especialistas que tal vez de entrada una o ambas partes no querían admitir (p.ej. una atención psicológica o psiquiátrica).

Ventajas de la mediación o coaching familiar:

Nos sigue costando mucho solicitar ayuda clínica, psicológica o psiquiátrica; al trabajar con un mediador los aspectos personales que necesitamos mejorar es posible que lleguemos a la conclusión de que necesitamos una ayuda especializada –por aspectos de personalidad, por alguna dificultad o trastorno específico…- y en mi experiencia es más fácil admitir la necesidad de esa ayuda cuando es la persona la que llega a la conclusión de que la necesita, desde una ayuda previa no clínica.

Por esta razón, es conveniente que los equipos de orientación y mediación familiar cuenten con la colaboración de otros profesionales que intervengan en el proceso de ayuda cuando sea necesario. No son en modo alguno ayudas excluyentes, son complementarias.

Lo de mi padre

El jueves de Pascua murió mi padre. Murió en paz, habiendo recibido los sacramentos de manos de su sobrino sacerdote. Murió confiando en el Corazón de Jesús, que es todo amor y misericordia. Mi padre lo sabía porque el Sagrado Corazón de Jesús y su familia hemos sido sus amores más profundos, para él siempre unidos.

Murió con la esperanza, mejor diría certeza, de encontrarse con los miembros de nuestra familia que –cada vez más numerosos- están ya viviendo en Dios y le esperaban; con la esperanza de que allí nos reuniremos todos.

Esto me consuela y reconforta. Pero estoy viviendo un dolor extraño, porque está contenido: no he podido estar con mi padre en sus últimos momentos, ni despedirme.

Tampoco he podido asistir a su entierro, quedándome con la duda (gracias a Dios ya resuelta) de si el féretro tendría o no una cruz porque los ataúdes que veo en televisión no la tienen. Detalles que nunca pensé que se pondrían en cuestión, ahora están fuera de mi elección, de mi decisión.

Como me dice mi marido, “quién iba a pensar que echaríamos de menos estar en un tanatorio”. Y es que no hemos podido estar todos juntos (mi madre, hermanos, familia y amigos) para velarle, llorar, abrazarnos, rezar con los que nos quieren y después reírnos.

Es como si la muerte hubiera pasado a nuestro lado para darnos un golpe y desaparecer rápidamente: la he tenido delante, pero no he llegado a verla. Y me encuentro en cierta manera como Santo Tomás: como no lo he visto ni tocado, me cuesta creerlo. De hecho, la mayoría de mensajes y llamadas que recibo me expresan su pesar “por lo de tu padre”. Y es que, aunque la muerte está más cerca que nunca, también está escondida.

Me ha faltado todo lo que acompaña habitualmente a la muerte de una persona querida y que ayuda a darse cuenta de la realidad de lo ocurrido (mi padre se ha muerto, pero yo sigo con la misma extraña vida desde hace más de 40 días, en un ininterrumpido día de la marmota); a que el dolor salga, con lágrimas, abrazos y oración; y a que llegue el consuelo con la cercanía de tantas personas queridas y un funeral.

Es un duelo no expresado, como si la vivencia y expresión del dolor por la pérdida quedara en suspenso; pero tiene que salir. Y es bueno llorar; y es bueno afrontar de frente al enemigo, para vencerle: “lo de mi padre” es que se ha muerto. No me asusta decirlo porque sé que mi padre, aunque haya muerto, está vivo.

Sin duda echo inmensamente de menos la presencia física y el abrazo; pero el amor es más fuerte que la muerte y nada ni nadie puede eliminar el vínculo de amor que nos une a cada uno de nosotros con él, no sólo a su familia, también a sus amigos que ocupan un lugar tan importante en su corazón.

Un vínculo de amor que es recíproco: papá, sé que me quieres y yo sigo queriéndote, tal vez ahora un poco más.

«Cartas de Nicodemo» #Recomendación

“Esta enfermedad, Justo, me está destrozando… ¿por qué ha tenido que ser ella precisamente la víctima de esta enfermedad?”

Tal vez más de uno se reconozca en estas palabras con las que empieza “Cartas de Nicodemo”, la novela de Jan Drobaczynski. Aunque este libro es mucho más que una novela, es un itinerario de búsqueda de respuestas ante la enfermedad y el sufrimiento de las personas que amamos, que lleva al protagonista al encuentro de Jesús de Nazaret.

De modo epistolar, el autor escribe en primera persona poniendo en boca de Nicodemo su sufrimiento ante la enfermedad de su mujer, que le hace plantearse cómo es posible que Dios le castigue así, siendo él un fiel cumplidor de la ley.

Desde esta situación que altera su mundo y sus esquemas, Nicodemo sale de sí mismo buscando respuestas. Esta búsqueda le lleva hasta el Profeta de Nazaret, de quien se oye que cura a muchos enfermos. Y tendrá que enfrentarse a los interrogantes que su palabra y su vida plantean a los hombres de todos los tiempos. La atracción de su Persona y su mensaje; sus ¿temerarias? afirmaciones acerca de su divinidad; la dificultad de admitir que el Mesías pueda rodearse de personas incultas, menos respetuosas de la ley que uno mismo y, sin embargo, más cercanas al Maestro; un mensaje que cambia el sentido de la enfermedad, sin pasar necesariamente por la curación. Todas las dudas, motivos para creer y para no poder hacerlo, los titubeos, los deseos y temores que vive el protagonista forman un camino que puede ayudarnos en los momentos que estamos viviendo porque el lector podrá reconocerse en las vivencias que narra el libro y espero que su lectura pueda favorecer ese encuentro con Jesús que cambia la vida, no sólo de Nicodemo, sino de todos los que se encuentran con Él.

Dejadnos llorar

Tengo familiares y amigos en el hospital; tengo familiares y amigos muriendo; tengo amigos temiendo recibir esa llamada que confirme el final que habrían querido no escuchar; tengo amigos que han perdido seres queridos, sin poder estar con ellos en la enfermedad y la muerte. Tengo amigos esperando recibir las cenizas de sus padres, sin tener ni el consuelo de poder enterrar a sus muertos. Dejadnos llorar; dejadnos estar tristes; dejadnos tener miedo.

Estamos sufriendo. Todos, en mayor o menor medida, estamos sufriendo. Y está bien transmitir esperanza. Pero que eso no nos impida llorar: necesitamos darnos permiso, a nosotros mismos y a los demás, para llorar y expresar el sufrimiento. A lo largo de este año, en distintos cursos de formación para la prevención y sanación de abusos, he aprendido que el primer paso para sanar las heridas es que la persona que las tiene pueda expresar su sufrimiento. Cuando puede verbalizar el dolor, da el primer paso para curarse. De modo semejante, cuando puedes llorar empieza a salir el dolor acumulado. Sólo poniendo nombre al miedo podemos vencerlo, pero no si lo negamos u ocultamos.

Leo a muchas personas que dicen “todo va a salir bien” y pienso que la verdad es que no; no todo, porque no vamos a recuperar a los que hayamos perdido estos días. Pero podremos salir bien si salimos mejores, que tampoco será algo automático; sólo será posible si encontramos sentido a este sufrimiento y podemos ayudar a otros a encontrarlo. Y lo único que vence siempre es el amor (Juan Pablo II dixit ). Ahora mismo, es un acto de amor dejar a los nuestros llorar, no rechazar la debilidad sino acogerla y ayudarles a poner en manos del Amor su miedo y su dolor, para encontrar consuelo y paz.

Algunos me reprocharán esto, como si fuera falta de esperanza; como si un cristiano no pudiera llorar o tener miedo. Pero no es cierto. El mismo Jesús lloró cuando murió Lázaro; y en Getsemaní, turbado ante la cercanía del sufrimiento que le esperaba. Y es que Jesús está cerca del dolor humano; tan cerca, que sufre con nuestros sufrimientos. Por otro lado, ante Dios hay que presentarse con la verdad. Me ha parecido siempre una enorme falta de respeto pretender “poner una cara” ante El, que no se corresponda a la verdad que uno vive. Si estás hecho polvo, ¿por qué pretender delante de quien es la Verdad que no lo estás? Cuánto mejor darle tus miedos para que Él pueda llevarte del miedo y el llanto a la certeza de que el Amor siempre vence, de que volveremos a vernos, de que todo tiene sentido

Que todo sea verdad

Empezó la Cuaresma 2020. Ya tiempo antes resonaba en mi cabeza esa canciónPor eso Yo la voy a seducir, la llevaré al desierto y allí hablaré a su corazón y ella me responderá como en los días de su juventud”. Y es que hay épocas en que nos hace falta una purificación; porque se nos van pegando al corazón muchas cosas, no necesariamente malas, que nos distraen de lo que verdaderamente es importante.

Y llegó lo inesperado –alguien en casa iba a tener que pasar varias veces por quirófano- y los cambios de planes. Y el cambio de ritmo y dejar en segundo plano las actividades previstas te ayuda a apoyarte en Quien de verdad sabe lo que necesitas. “Esta pobreza de no controlar los tiempos y momentos es dolorosa, pero es la llamada a una esperanza más pura, sin apoyo humano. Engendra poco a poco la paciencia, la humildad, la mansedumbre. Madura el deseo que un día será satisfecho más allá de lo que esperábamos” (“La felicidad donde no se espera”, Jacques Philippe, Rialp).

Y con la preocupación y el sufrimiento llega el amor de muchos, que nunca han dejado de estar ahí pero con los que el contacto se va espaciando ahogado por las prisas del día a día, y que ahora no se cansan de hacerte llegar su cariño, su oración, su compañía, su sentido del humor.

Pero el proceso de cambiar un corazón de piedra en corazón de carne es largo. Y llegó el COVID19 a añadir preocupación sobre la ya existente. Y las dudas y el temor de que afectara a nuestros enfermos, a nuestros mayores, a los pequeños. También el deseo de creernos que “sólo es como una gripe”, rápidamente imposible de aceptar al saber que hay que acudir solos a las consultas médicas previstas, sin la compañía y el cuidado de las familias y amigos. Y el ingreso de mi padre (80), las horas eternas esperando noticias deseando que el nivel de saturación suba, el desgarro de no poder estar todos juntos, el miedo a perderle sin poderle abrazar.

Y con todo esto, la fe de mis padres, proclamada sin media duda: “Él sabe más y lo que Él quiera es lo mejor”; y el consuelo del amor recibido a chorros, a pesar de la falta de contacto físico que tanto necesitamos.

Saldremos de esto distintos; el sufrimiento también es bueno, porque puede sacar de nosotros lo mejor.  Y esto es lo que gano yo en esta guerra, resumido en la canción que me envió un amigo sacerdote: Que todo sea verdad. Y es que ahora sí, definitivamente, lo que quiero es

Que todo sea verdad

Que las palabras sean de amor

Que escandalice mi postura y mi sonrisa ante el dolor

Que desborde la locura sin medida de tu Amor

Que nos llenemos de Tus promesas

Que las bailemos de sol a sol

Que disfrutemos del camino con un mismo corazón

 

Curso para novios en un mundo necesitado de esperanza

“El matrimonio, una decisión original en un mundo necesitado de esperanza” es el título de la última sesión que me han pedido en un curso de preparación al matrimonio.

¿A qué viene este título? Tiene sentido porque elegir –hoy- el matrimonio es bastante original. Y al elegirlo, afirmar que el amor para siempre es posible es un foco de esperanza en un mundo que no cree que el amor pueda ser definitivo.

Esa incredulidad hace sufrir mucho porque cuando uno de verdad está enamorado desea desde lo más profundo de sí mismo que ese amor sea para siempre (“Si fueras para toda la vida, yo sería la persona más feliz” era el grito de la enamorada cantante de El sueño de Morfeo) y todo le responde que es imposible. El matrimonio “por la Iglesia” es la afirmación de que ese deseo profundo, cuando surge de un amor verdadero, tiene sentido, es real y es posible. Que no hay que tener miedo a elegir un amor así, porque las personas estamos hechas para relaciones definitivas. Y que, aunque haya crisis –inevitables en las relaciones que duran en el tiempo- los elementos que forman el amor comprometido son herramientas para superarlas: un amor que además de los afectos incorpora la razón y desde la libertad elige con la voluntad vivir juntos todos los días de la vida. Como vengan, les haremos frente juntos: lo bueno será aún mejor y lo malo lo superaremos juntos. No es fácil, pero es posible. Y si además se pone ese compromiso de amor en manos del Amor mismo, Él se hace presente fortaleciendo la unión de los amantes para que sea, progresivamente, imagen (sacramento) de su Amor: fiel, fecundo, para siempre.

Abusos: la prioridad tiene que ser el niño

“El problema fantasma”. Así define María Martínez Sagrera los abusos a menores: una cuestión gravísima de la que no se habla lo suficiente; y el silencio favorece que se sigan produciendo. 

He tenido la oportunidad de escuchar a María tanto en la presentación en Madrid de su novela “Infancias rotascomo en el taller impartido en la Fundación Jesús y san Martín. En ambas ocasiones he constatado que María habla desde el conocimiento de casos reales, investigados a fondo para la redacción de la novela. Y al escucharla uno no puede quedarse indiferente ante el dolor inmenso de las víctimas, que se atisba tras la explicación de la autora. 

Al mismo tiempo, te sientes interpelado cuando afirma con rotundidad “aunque no lo creáis, todos conocéis personas que han sufrido abusos”. Y, de hecho, en las dos sesiones surgieron testimonios de personas que relataban haber padecido abusos.

A continuación, expongo otras de las ideas que me aportó escuchar a María:

  • En primer lugar, el agradecimiento al esfuerzo realizado que nos abre los ojos a una realidad que la mayoría desconocemos (1 de cada 5 niñas, 1 de cada 7 niños sufren abusos en Europa y Estados Unidos según los datos aportados por la experta, avalados por Save the children), bien porque pensamos que no nos afecta, bien porque resulta tan difícil de afrontar que preferimos mirar para otro lado. En consecuencia, parece que la primera forma de ayudar a erradicar este mal es hacerlo visible: para que sea más fácil contarlo, detectarlo y poder denunciar; para poner fin a los abusos y ayudar a sanar las heridas de las víctimas. En este punto, serían necesarias campañas de información dirigidas al conjunto de la sociedad y formación más concreta dirigida a todos los profesionales que tienen relación con el entorno infantil (medicina, derecho, magisterio…).

“Aunque no lo creáis, todos conocéis personas que han sufrido abusos”-  María Martínez Sagrera

  • La prioridad tiene que ser siempre el niño: por tanto, cuando hay un menor (sea abusado o abusador), es necesario que haya personal especializado en el trato con niños para abordar el caso. La consecuencia obvia es que hay que formar profesionales capacitados para tratar debidamente a los menores, ya sean víctimas o abusadores. Porque no cuentan las cosas como los adultos, hay que facilitar que estos delitos lleguen a conocimiento de los jueces y también que la exploración durante los juicios sea adecuada para un menor que ha sufrido situaciones traumáticas. 
  • La conveniencia de preparar un programa de acompañamiento a las familias durante los juicios, que es una experiencia durísima. Pero todavía más importante sería el acompañamiento para poder asimilar la noticia del abuso y para poder ir dando los pasos necesarios para evitar que se repita, sanar las heridas, denunciar… 
  • La necesidad de pensar también una forma de que el abusador se dé cuenta del daño provocado y se pueda poner remedio a su comportamiento, evitando repetirlo en el futuro. Sin que esto quite ni un ápice de gravedad al abuso cometido y al daño causado en la víctima, muchos abusadores son personas que a su vez sufrieron abusos y nadie detectó su sufrimiento ni se le ofreció la posibilidad de sanarlo.

¿Por dónde empezar? Cada uno, con lo que esté en su mano.

Hay que conocer la realidad de los abusos; hablar de esto con los niños, de forma adecuada a su edad; fomentar un clima de confianza para que puedan contar y preguntar si alguien les propone algo que les incomoda o les parece raro; conocer las reacciones y conductas que pueden indicar la existencia de un abuso; dar credibilidad al menor que cuenta una experiencia de abuso, aunque nos cueste admitirlo (la inmensa mayoría de los abusadores son familiares o personas del entorno cercano del menor, lo que hace más difícil asumir que es verdad); y no tapar esta dolorosísima realidad, para evitar que el abusador tenga acceso a nuevas víctimas.

Y para sanar las heridas de las víctimas, el primer paso es que puedan contarlo. Con la lectura de la novela de María aprendí que, ante determinados comportamientos de niños y jóvenes, hay que incluir entre las posibilidades de lo que le pasa que esté sufriendo algún tipo de abuso; o ante determinadas conductas que llaman la atención en algunos adultos puede estar un abuso sufrido en la infancia. Solo con empezar a tener esta posibilidad en cuenta, empiezas a recibir confidencias de personas que han sufrido en silencio hasta que dan con alguien que, al plantear este tema, les da la posibilidad de hablar, que es el primer paso para la curación.

Página 2 de 6

Creado con WordPress & Tema de Anders Norén