“El matrimonio, una decisión original en un mundo necesitado de esperanza” es el título de la última sesión que me han pedido en un curso de preparación al matrimonio.
¿A qué viene este título? Tiene sentido porque elegir –hoy- el matrimonio es bastante original. Y al elegirlo, afirmar que el amor para siempre es posible es un foco de esperanza en un mundo que no cree que el amor pueda ser definitivo.
Esa incredulidad hace sufrir mucho porque cuando uno de verdad está enamorado desea desde lo más profundo de sí mismo que ese amor sea para siempre (“Si fueras para toda la vida, yo sería la persona más feliz” era el grito de la enamorada cantante de El sueño de Morfeo) y todo le responde que es imposible. El matrimonio “por la Iglesia” es la afirmación de que ese deseo profundo, cuando surge de un amor verdadero, tiene sentido, es real y es posible. Que no hay que tener miedo a elegir un amor así, porque las personas estamos hechas para relaciones definitivas. Y que, aunque haya crisis –inevitables en las relaciones que duran en el tiempo- los elementos que forman el amor comprometido son herramientas para superarlas: un amor que además de los afectos incorpora la razón y desde la libertad elige con la voluntad vivir juntos todos los días de la vida. Como vengan, les haremos frente juntos: lo bueno será aún mejor y lo malo lo superaremos juntos. No es fácil, pero es posible. Y si además se pone ese compromiso de amor en manos del Amor mismo, Él se hace presente fortaleciendo la unión de los amantes para que sea, progresivamente, imagen (sacramento) de su Amor: fiel, fecundo, para siempre.