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Curso para novios en un mundo necesitado de esperanza

“El matrimonio, una decisión original en un mundo necesitado de esperanza” es el título de la última sesión que me han pedido en un curso de preparación al matrimonio.

¿A qué viene este título? Tiene sentido porque elegir –hoy- el matrimonio es bastante original. Y al elegirlo, afirmar que el amor para siempre es posible es un foco de esperanza en un mundo que no cree que el amor pueda ser definitivo.

Esa incredulidad hace sufrir mucho porque cuando uno de verdad está enamorado desea desde lo más profundo de sí mismo que ese amor sea para siempre (“Si fueras para toda la vida, yo sería la persona más feliz” era el grito de la enamorada cantante de El sueño de Morfeo) y todo le responde que es imposible. El matrimonio “por la Iglesia” es la afirmación de que ese deseo profundo, cuando surge de un amor verdadero, tiene sentido, es real y es posible. Que no hay que tener miedo a elegir un amor así, porque las personas estamos hechas para relaciones definitivas. Y que, aunque haya crisis –inevitables en las relaciones que duran en el tiempo- los elementos que forman el amor comprometido son herramientas para superarlas: un amor que además de los afectos incorpora la razón y desde la libertad elige con la voluntad vivir juntos todos los días de la vida. Como vengan, les haremos frente juntos: lo bueno será aún mejor y lo malo lo superaremos juntos. No es fácil, pero es posible. Y si además se pone ese compromiso de amor en manos del Amor mismo, Él se hace presente fortaleciendo la unión de los amantes para que sea, progresivamente, imagen (sacramento) de su Amor: fiel, fecundo, para siempre.

Soportar al cónyuge

Desde hace años, siempre que escucho decir que en el matrimonio se trata de “soportar al otro”, me rebelo. Porque el matrimonio no va de soportar, va de querer. Y “soportar” me suena muy negativo, me suena a carga indeseada, a algo que te aplasta y no te puedes quitar de encima, “tú aguanta” aunque no te guste lo que aguantas. O, mejor dicho, a quien aguantas.

 

Pero desde hace una semana he tenido que replantearme las cosas. Leo un artículo de Enrique García-Máiquez (http://www.diariodecadiz.es/opinion/articulos/hermosa-palabra_0_1186981801.amp.html) y me encuentro esto: “soportar, esta bella palabra. Bellísima, y yo no lo sabía”. Y ¡yo tampoco lo sabía! Pero ciertamente Enrique tiene razón cuando dice que “»soportar» debe de ser dar apoyo, sostener, elevar”. Visto así, no me queda más remedio que rendirme y reconocer que estoy equivocada: sin duda, mi marido me soporta porque me apoya, sostiene y eleva. Y espero que él pueda decir lo mismo. Así que el amor conyugal también es soportar,  y yo no lo sabía; creo que nunca me he alegrado tanto de estar equivocada.

Matrimonio: realidad, no mero ideal

El discurso del Papa al Tribunal de la Rota Romana de este año 2016 ha pasado casi desapercibido (esas traducciones de la web de la Santa Sede, que tardan…) en un año en que se pone en marcha la reforma del proceso de nulidad y estamos esperando la Exhortación Apostólica en la que el Papa nos indique cómo poner en práctica las conclusiones del sínodo sobre la familia.

En su discurso a los jueces de la Rota Romana el Papa afirma que “la Iglesia puede mostrar el amor misericordioso de Dios hacia las familias, especialmente las heridas por el pecado y las dificultades de la vida, y al mismo tiempo proclamar la irrenunciable verdad del matrimonio según el designio de Dios”. De nuevo el Papa recuerda la unión inseparable entre misericordia y verdad, verdad y misericordia, sin quedarnos sólo en uno de los dos aspectos.

Tal vez por eso, porque a veces nos quedamos con uno de los dos y obviamos el otro, el Papa afirma claramente que “La Iglesia con renovado sentido de responsabilidad, sigue proponiendo el matrimonio, en sus elementos esenciales (prole, bien de los cónyuges, unidad, indisolubilidad, sacramentalidad), no como un ideal para pocos, a pesar de los modernos modelos centrados en lo efímero y pasajero, sino como una realidad que, en la gracia de Cristo, puede ser vivida por todos los fieles bautizados” Son palabras que interpelan: ¿de verdad creemos que lo que es difícil para nosotros es posible con la gracia de Dios? ¿Enseñamos esto en nuestras catequesis, y con nuestra vida? Tengo mis dudas; en todo caso, el Papa recuerda también que es una urgencia pastoral mejorar la preparación al matrimonio, con un nuevo catecumenado.

Porque hemos estado durante años pensando que nuestros jóvenes sabían lo que es el matrimonio, sin ver (¿o sin querer ver?) que los jóvenes van al matrimonio habiendo asimilado lo que las leyes civiles dicen que es el matrimonio, que no coincide con la verdad del matrimonio natural ni del matrimonio canónico. Por eso, la falta de fe puede tener repercusiones en la validez o nulidad de un matrimonio: no tanto porque los contrayentes sean más o menos creyentes, sino porque la falta de formación en la fe puede llevarles a no conocer qué es el matrimonio y a contraer un “matrimonio a medida”; en el que por ejemplo no se admita que la unión sea para siempre porque se asume como cierto lo que la mentalidad general y las leyes afirman:  que “un matrimonio es una unión que se puede romper a voluntad de una de las partes”

Y aquí se nos plantea otra cuestión: ¿la formación en la fe que damos garantiza que nuestros jóvenes sepan qué es de verdad el matrimonio, con sus propiedades y elementos esenciales, para poder casarse válidamente conociendo y aceptando esas propiedades y fines?  ¿Y confiando en que lo que es difícil con las solas fuerzas de los contrayentes, es posible con la gracia de Dios?

La respuesta la encuentro en las palabras del Papa: hace falta un nuevo itinerario catequético de preparación al matrimonio.

Cuanto antes, mejor.

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